Artículo de Reflexión

La Universidad en casa: Reconfiguraciones socioespaciales a partir de la experiencia pandémica[1]

University at home: Sociospatial reconfigurations from the pandemic experience

Astrid Natalia Molina-Jaramillo
Universidad de Antioquia, Colombia
Luz Adriana Muñoz-Duque
Universidad de Antioquia, Colombia
Nidia Elena Ortiz
Universidad de Antioquia, Colombia

La Universidad en casa: Reconfiguraciones socioespaciales a partir de la experiencia pandémica[1]

Revista Virtual Universidad Católica del Norte, núm. 72, pp. 277-305, 2024

Fundación Universitaria Católica del Norte

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Recepción: 23 Mayo 2023

Aprobación: 02 Febrero 2024

Resumen: Las métricas con las que las personas suelen localizarse y producir, con los otros, los lugares que habitan han cambiado durante la pandemia por Covid-19. Este artículo tiene como objetivo retomar algunas conceptualizaciones de la psicología social ambiental para reflexionar sobre el movimiento socioespacial Universidad–Casa–Universidad impuesto por las medidas de confinamiento durante la pandemia; para avanzar en este propósito las autoras proponen una revisión narrativa de la literatura. Los resultados permiten identificar que la transformación del vínculo con los lugares, durante y tras la reciente pandemia, supone una disrupción del apego a lugares significativos que soportaban la vida cotidiana y las maneras como estos han debido reconfigurarse bajo las nuevas normativizaciones de lo socioespacial durante, y tras la declaración de finalización de la pandemia. El análisis de la literatura producida sobre la lectura de lo socioespacial, en el caso de la pandemia por Covid-19, permite a las autoras abrir la discusión conceptual sobre las relaciones personas-lugares para proponer nuevas rutas de investigación y teorización en la psicología del lugar.

Palabras clave: Apego al lugar, Covid-19, Disrupción, Psicología ambiental, Vínculo socioespacial.

Abstract: The metrics that people usually use to locate each other and produce with others the places we dwell, have changed during the Covid-19 pandemic. This article aims to return to some conceptualizations of environmental social psychology to reflect on the socio-spatial movement University – Home – University imposed by confinement measures during the pandemic; to advance in this aim the authors propose a narrative review of the literature. The results allow to identify that the transformation of the bond with places during and after the recent pandemic implies a disruption of the attachment to significant places that supported daily lives and the ways in which these have had to be reconfigured under the new regulations of the socio-spatial during and after the declaration of end of the pandemic. By approaching the analysis of the literature produced on the reading of the socio-spatial, in the case of the Covid-19 pandemic, the authors open the conceptual discussion on the relationships people - places to propose new routes of research and theorization in the psychology of the place.

Keywords: Place attachment, Covid–19, Place disruption, Environmental psychology, Socio-spatial bond.

Introducción

La pandemia por Covid-19 agudizó, desde sus inicios, las brechas en el acceso a bienes básicos para el sostenimiento vital, provocando una importante crisis sanitaria y un colapso económico de mayores proporciones que ha afectado la calidad de vida de la población mundial, con repercusiones que se proyectan a los años venideros (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2020), lo que hace considerar que esta pandemia ha sido mucho más que una emergencia de salud. Se trata también de una crisis social, económica y política sin precedentes que deja impactos devastadores con profundas y duraderas brechas y divisiones, con un gran costo para las sociedades (PNUD, 2022). Al respecto, la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2022) identifica los retos que implica la pandemia a nivel global para responder al Covid-19 y a otros problemas de salud pública, a los diversos conflictos, al cambio climático y a las crisis económicas. Entre ellos, comprender las transformaciones sobre el vínculo socioespacial y sus correlatos en términos de salud mental ha sido la ruta elegida para este artículo. La pandemia abre un escenario de reorientación del pensamiento psicosocial sobre la relación entre seres humanos y espacialidades de la vida cotidiana; por eso, se considera cómo las medidas de biocontrol pandémico, bajo estrategias como el confinamiento y el distanciamiento físico, permiten abrir las vías de conceptualización y estudios empíricos sobre el vínculo socioespacial, incluso cuando se ha decretado ya (mayo de 2023) el fin de la pandemia (OMS, 2023) que, como fenómeno social, ofrece pensar nuevas formas de la relación socioespacial en un mundo de movilidades y aperturas al mundo digital.

Desde la declaración de emergencia sanitaria en el territorio nacional -Resolución 385 del 12 de marzo de 2020, del Ministerio de Salud y Protección Social- las instituciones de educación superior decretaron también el cese temporal de actividades administrativas presenciales y la suspensión de clases presenciales de pregrado, posgrado y educación continua.

La definición de las condiciones pertinentes para desarrollar actividades académicas y administrativas con el uso de tecnologías de la información, en modo virtual, de acuerdo con los recursos, capacidades y voluntad de estudiantes y profesores, y según los requerimientos específicos de cada curso, ofreciendo condiciones de flexibilidad académica entre profesores y estudiantes. (Universidad de Antioquia, Resolución Académica 3397 del 16 de marzo de 2020, Artículo 1)

Es en el contexto de la implementación de estas medidas de confinamiento en casa y de alteración de la relación con las espacialidades universitarias que tienen lugar las preguntas de esta reflexión. Si bien otros académicos se han interesado por los efectos en la salud y la economía como consecuencia de la prolongada pandemia por Covid-19, también el teletrabajo, el aislamiento preventivo en casa y la reducción de lugares que acogían la vida cotidiana modificaron de maneras profundas las formas en las que las personas se relacionan con sus lugares significativos; transformaciones en los vínculos con los lugares, asociadas con la experiencia pandémica, a las que aquí se denominan reconfiguraciones socioespaciales.

Durante más de un año la población universitaria vivió la instalación de nuevas normas de relacionamiento con los lugares y con los otros, con quienes se hace -se hacía- la vida en esos lugares; cambiaron los ordenamientos espaciales, pero también las relaciones sociales en ese espacio: el control de la distancia y la limitación del contacto, el ocultamiento del rostro, los tránsitos rápidos, silenciosos y sin interacción conformaron lo que algunos han llamado la nueva normalidad. (Molina-Jaramillo & Muñoz-Duque, 2021, p.41)

La reflexión sobre estos asuntos cobra especial relevancia en la actualidad, considerando que, después de un retorno gradual a los espacios universitarios en diferentes fases durante el 2021, se ha asistido a un retorno total a las actividades cotidianas en estas espacialidades. Es ahora, una vez superada la amenaza inicial y la alarma y temores que mantuvieron a millones de personas en confinamiento durante meses, que es necesario volver sobre la producción académica y avanzar en ejercicios de comprensión de la crisis sociosanitaria que representó el Covid-19. La divulgación científica y los ejercicios de apropiación social del conocimiento son una ruta importante para preparar a nuestras sociedades para las respuestas a largo plazo (Espina-Romero, 2023).

En este sentido, es preciso reflexionar en torno al proceso de normalización pandémica de la vida cotidiana y, con ello, sobre las nuevas normas integradas a los vínculos socioespaciales. La prohibición de habitar los espacios universitarios y la reducción de la experiencia a los espacios domésticos pone de relieve las trasformaciones que la pandemia introduce y la ruptura geográfica y social del vínculo con los lugares habituales, que ha forzado a las personas a rehacer las conexiones funcionales y emocionales con ellos en el caso de la Universidad o ciertos espacios públicos, bajo una extensión de su sentido a las espacialidades privadas, cuando los lugares antes habitados en ella estuvieron negados o marcados por una serie de prohibiciones y nuevas normas (Molina-Jaramillo & Muñoz-Duque, 2021).

Se considera, entonces, la pregunta por las reconfiguraciones del vínculo socioespacial en pandemia, lo que permite redimensionar el significado de la casa-hogar y del lugar, actualizando la cuestión de los flujos y continuidades de los vínculos con el lugar (Cresswell, 2011; Kataria, 2013). Para estos efectos, se retomarán abordajes de la psicología social ambiental, que ofrece herramientas para ampliar la reflexión sobre la relación de las personas con los lugares, entendiendo lugar como espacialidad objeto de significados y valoraciones, indiscernibles separadamente de la experiencia de quienes lo habitan, localizado geográficamente y en relación con su trasfondo sociocultural (Manzo & Perkins, 2006).

Psicología ambiental y vínculo socioespacial

La constitución de un lugar involucra su reconocimiento como algo más que la porción espacial contenedora de la materia; se trata de su comprensión como espacio vivido o significado. En este sentido, el lugar se entiende como una parte singular de ese espacio, habitada por las personas. Fenomenológicamente, el lugar es el fenómeno indisociable de la persona o la gente experimentando el lugar (Seamon, 2014). Así, no solo ocupamos el espacio, sino que somos y nos hacemos en él. Consecuentemente, el concepto de lugar supone una serie de ubicaciones locales donde las actividades cotidianas tienen asiento, como un sentido de lugar o identificación con un orden social que soporta las interacciones humanas y el que, como producto de estas, es susceptible de resignificación (Agnew, 2011). Desde esta lógica, los espacios devienen lugares en la medida en que son transformados, significados y apropiados, no solo en términos materiales, sino también simbólicos. Un espacio se torna lugar en tanto las personas lo transforman a través de su acción, dejan en él su huella y lo interiorizan a través del proceso de apropiación del espacio.

Lugar, es una parte de la superficie terrestre que no es equivalente a ninguna otra, que no puede ser intercambiada con ninguna otra sin que todo cambie. Mientras con el espacio (el lugar como localización) cada parte puede ser sustituida por otra sin que nada sea alterado, precisamente como cuando dos cosas que tienen el mismo peso son movidas desde un sitio de una escala a otra sin comprometer el balance (Farinelli, 2003, como se cita en Agnew, 2011).

La construcción del lugar –del sentido de lugar– supone una espacialidad específica como también una manera particular en la que los poderes -estatales, comunitarios- lo configuran, por lo que la lectura del lugar no puede desestimar las formas sociales de producción del espacio y las territorialidades específicas que de ella surgen, aunque privilegie una perspectiva subjetiva. En este sentido, el acercamiento a las relaciones persona–lugar parte de la suposición de que el lugar puede constituirse a escalas y niveles diversos a través de su transformación física, la relación con los otros con los que se habita y del control percibido para ordenarlo (Moser, 2014).

Apego al lugar

Para Altman y Low (1992) el apego al lugar es un concepto complejo e integrador, que supone la existencia de un vínculo afectivo entre las personas y los lugares, y que no ocurre independientemente de los ordenamientos territoriales. Desde la perspectiva de estos autores, el apego al lugar se caracteriza por: 1) su foco está en los afectos, pero también presta atención a las cogniciones y las prácticas; 2) su orientación al lugar, reconociendo los ambientes en diferentes escalas, especificidad y otros aspectos; 3) su carácter temporal, incluyendo aspectos cíclicos, lineales y otras características temporales; y 4) su importancia social-interpersonal, incluyendo quién se apega a los lugares y los objetos sociales de apego, ambos pueden incluir individuos, grupos, comunidades y culturas (p. 11).

El apego al lugar puede significar sentimientos de seguridad, estimulación, comodidad, la posibilidad de crear y de controlar aspectos vitales; en lo grupal, facilita el relacionamiento simbólico entre personas, proporciona recuerdos del pasado con otros y vincula a las personas con prácticas culturales mediante significados o símbolos asociados con lugares, sistemas valorativos y de creencias. Se trata principalmente un vínculo afectivo positivo: amor, preferencia, satisfacción, seguridad, pertenencia, implicación, etc.; sin embargo, la mayor parte de las conceptualizaciones señalan cómo esta dimensión afectiva está inevitablemente relacionada con aspectos cognitivos y conductas específicas (Scannell & Gifford, 2010).

En la consideración de esta dimensionalidad del apego al lugar, autores como Williams y Vaske (2003) an avanzado en la construcción de las dimensiones personales del apego. A través de sus estudios sobre espacios recreativos y ambientes residenciales, durante los últimos 20 años han desarrollado su propuesta bidimensional del apego: identidad de lugar y dependencia de lugar. Otros autores (Kyle et al., 2005) han sumado a estas dos dimensiones la de vínculos sociales en los lugares, proponiendo un modelo tridimensional. Manzo (2005), por su parte, resalta la existencia de dimensiones subyacentes y múltiples aspectos vinculados al establecimiento del apego al lugar: identidad vinculada al lugar, la dinámica de las relaciones sociales, los usos creativos del espacio, el vínculo afectivo establecido con la casa o el hogar y la importancia de las experiencias negativas y las pérdidas referidas al lugar.

Para Raymond et al. (2010), el apego al lugar puede estudiarse siguiendo un modelo de tres polos y cuatro dimensiones, que resaltan además la importancia del vínculo con los elementos físicos-naturales del medio ambiente. En primer término, proponen las dimensiones personales del apego, que incluirían la identidad y dependencia de lugar, y que darían cuenta de un sentimiento de arraigo a los lugares. En segundo término, señalan el carácter social del apego; esta dimensión comunitaria, o de vínculos sociales, implica el sentimiento de pertenecer o ser miembro de un grupo con el que se tienen conexiones emocionales. Por último, señalan los aspectos ambientales, centrándose en la dimensión de vínculos naturales, que se refieren a las conexiones explícitas o implícitas con elementos no humanos del ambiente (historia, respuestas emocionales, representaciones cognitivas).

Para avanzar en esta reflexión, se centrará la mirada en la propuesta de Scannell y Gifford (2010, 2014) y Seamon (2014), quienes consideran el apego al lugar como un proceso global susceptible de expresarse de maneras diversas de acuerdo con los diferentes contextos y relaciones que se articulan a la experiencia del lugar. Scannell y Gifford (2010) destacan así tres vías de comprensión de este vínculo: aspectos relacionados con las personas (individuos, grupos y pertenencia cultural); características del lugar (físicas y sociales/simbólicas); y procesos (afectivos, cognitivos y conductuales). Bajo esta perspectiva se destaca de todas formas la inseparabilidad de los elementos físicos y sociales que constituyen el lugar.

En coherencia con esto, Seamon (2014) propone que el lugar no es el ambiente físico separado de la gente asociada con él, sino el fenómeno indivisible, normalmente inadvertido de la persona o la gente experimentando el lugar (p.11). En este sentido, el apego al lugar puede articularse tanto a las dimensiones más cercanas y privadas de la espacialidad -una habitación, la casa- como aquellos ambientes semiprivados o públicos y con control compartido, como un edificio, el barrio, una ciudad, un paisaje, espacios públicos comunitarios o región, coincidiendo con la perspectiva escalar propuesta por Moser (2014).

Disrupción del vínculo socioespacial

La característica más destacada del apego al lugar es la tendencia a mantener cierto grado de proximidad hacia el lugar respecto del cual se siente apego; no importa cuánto pueda moverse una persona, algunas formas de apego al lugar están siempre presentes en su vida, pues las memorias del lugar permiten articular la propia biografía con lugares del pasado, con sus características físicas, con las relaciones interpersonales significativas que allí tuvieron lugar, con la imagen de sí mismo en esos lugares (Lewicka, 2014, p. 49). Pero el abandono forzado o la pérdida de estos lugares por desastres naturales o conflictos sociopolíticos, revela la intensidad del vínculo y el sufrimiento que conlleva su disrupción (Valera & Vidal, 2016).

Los estudios de la disrupción del vínculo con el lugar se comenzaron a desarrollar desde la década de los 60 con el trabajo de Fried (2000) sobre reubicaciones involuntarias:

Cualquier pérdida significativa puede representar disrupción de la relación que uno tiene con el pasado, el presente y el futuro. Las pérdidas generalmente traen fragmentación de las rutinas, de las relaciones y de las expectativas, y frecuentemente implican una alteración del mundo físico disponible y de la acción orientada al espacio. Se trata de una disrupción también del sentido de continuidad que generalmente es dado por sentado en el marco de funcionamiento de las dimensiones temporales, sociales, espaciales. La pérdida de un lugar significativo representa un cambio importante en la experiencia de continuidad. (p. 232)

Para Brown y Perkins (1992) estas afectaciones del apego del lugar pueden entenderse por lo general en dos sentidos: la disrupción vía los cambios en el sentido de lugar y la disrupción vía los cambios de lugar. Mientras la primera vía implica cambios en los lugares cotidianamente habitados -físicos o en los significados que se le otorgan- o amenazas sobre los sentidos habituales que los cobijan; el cambio de lugar implica una reubicación física, la necesidad de rehacer la vida cotidiana en otro lugar, bien sea de manera voluntaria o involuntaria. Estos dos sentidos de la disrupción bien pueden estar presentes en las experiencias que han derivado de la pandemia y las medidas de restricción en el uso de los espacios y de confinamiento. Desde la literatura revisada es posible ilustrar cómo la vivencia de estos cambios en la relación con los lugares durante la pandemia supone entonces la reconfiguración de los lugares y de los vínculos con ellos, lo que implica que las espacialidades son resemantizadas, objeto de atribución de nuevos sentidos, usos y formas de apropiación; se trata de interacciones personas-espacios transformadas por los procesos sociales que rodearon la pandemia.

Metodología

Para avanzar con el objetivo, se siguió la metodología de revisión narrativa de la literatura, también llamada revisión integrativa (Snyder, 2019), que tiene como propósito hacer un acercamiento crítico a la producción teórica e investigativa con el fin de sintetizar y plantear perspectivas emergentes en el tratamiento de un tema de interés social o coyuntura en la producción y divulgación científica. La revisión narrativa propone trazar rutas de conceptualización e investigación que permitan avanzar en la producción de estudios empíricos, en este caso, sobre el vínculo socioespacial y sus transformaciones en el contexto universitario durante la pandemia. Además de los textos teórico-conceptuales revisados en el apartado anterior, que representan los desarrollos de autores de la psicología ambiental y la fenomenología y sociología del lugar, respecto de nociones como la del lugar, el vínculo con los lugares y la ruptura con estos, se realizó una búsqueda no sistemática de antecedentes investigativos y textos teóricos en bases de datos como Scielo, Dialnet, Science Direct, Wiley, Redalyc y repositorios de Google académico, usando descriptores como: lugar, apego al lugar, apropiación del espacio, vínculo socioespacial, pandemia, Covid-19, hogar, psicología ambiental y sus homólogos en inglés.

En los antecedentes investigativos priorizados se tomaron como criterios para la revisión y lectura crítica: investigaciones empíricas -cualitativas, cuantitativas o mixtas-, reflexiones y revisiones producidas desde el inicio de la pandemia y hasta el 2022; la enunciación explícita de las categorías de lugar o vínculo socioespacial o de la relación con espacialidades específicas: la casa, lugares de trabajo, entornos educativos, y la referencia a la pandemia o el Covid-19 como vía de delimitación del fenómeno de estudio; recogiendo textos de la psicología ambiental y otras ciencias sociales y humanas como la sociología, la antropología, la educación o la filosofía. Al no tratarse de una revisión sistemática, no se siguen criterios de inclusión y exclusión rígidos, ni diagramas de exclusión de la muestra de documentos; más bien el criterio se trató de la representatividad de los textos revisados respecto de las categorías a analizar: lugares, vínculo socioespacial, pandemia; y al tipo de espacialidades: la casa – lo universitario.

La recopilación se realizó inicialmente a través del apoyo en el gestor de referencias Mendeley, y el trabajo de sistematización de los textos siguió la metodología del análisis temático (Braun & Clarke, 2006) a partir de una matriz en Microsoft Excel donde se identificaron: fuentes de los textos, objetivos y metodología usadas, marcos conceptuales, y hallazgos principales en relación con las espacialidades señaladas y las transformaciones en el vínculo con ellos durante la pandemia. La revisión siguió criterios éticos como la protección de derechos de autoría.

Siguiendo la intención de la revisión narrativa de exponer patrones de relación entre las categorías temáticas revisadas: lugares, cambios en el vínculo con los lugares y pandemia, se exponen dos grandes vías de reflexión alrededor de las espacialidades de interés: el cambio del vínculo con la universidad durante la pandemia, y la reconfiguración de la relación con la casa en los tiempos pandémicos, especialmente durante el momento de confinamiento. Se cierra proponiendo rutas temáticas para seguir desarrollando en la investigación de lo socioespacial más allá del fenómeno de la pandemia y en un contexto de expansión de nuevas formas del vínculo socioespacial como lo son las migraciones y las formas de interacción virtual.

Vínculos socioespaciales y cambios globales: la pandemia desde la psicología ambiental

Desde hace ya varias décadas los cambios globales introducidos por el crecimiento del modelo neoliberal vienen haciéndonos testigos de las transformaciones en la relación de las personas con los lugares en sus diversas escalas (Di Masso et al., 2008, Gustafson, 2014). Los desplazamientos ambientales, las grandes olas migratorias causadas por la violencia y la disputa por el control de los territorios y bienes naturales, así como las migraciones voluntarias con fines turísticos, comerciales o académicos, ponen de relieve la dialéctica entre movilidad y arraigo (Brown, 2017). Bien sea a través de las migraciones de la precarización (Sassen, 2016), de migraciones voluntarias o por las nuevas formas de emplazamiento a través de la internet, se han relanzado las preguntas por el sentido del lugar y de los vínculos que los seres humanos establecen con sus espacialidades cotidianas (Cresswell, 2011; Kataria, 2013).

En este contexto de aceleración de la movilidad y de las presencias virtuales, la crisis sociosanitaria global provocada por la pandemia por Covid-19 elevó, nuevamente, el poder del lugar a la conciencia para recordar que se vive una existencia emplazada (Di-Masso et al, 2019). Las medidas de contención del virus SARS-CoV-2 han operado de manera contundente como una biopolítica que echa mano del control espacial para hacer una gestión de los cuerpos y del riesgo de que estos enfermen; estas políticas privilegiaron el confinamiento y la distancia física entre las personas como modo de protección contra el virus y, con esto, aceleraron los modos neoliberales de ordenamiento de la vida, los espacios y la relación con los otros a través de la transformación radical del vínculo que cotidianamente establecemos con los lugares (Camacho Solís, 2021; Canaza-Choque, 2020; Estevez-Araujo, 2021; Lloyd, 2020; Meneses Cárdenas, 2020).

Los cambios en la relación con lugares habituales como la casa, los lugares de trabajo y tránsito, así como con los espacios públicos, el crecimiento de nuevas espacialidades significativas en el mundo virtual, destacan la importancia de los lugares para la salud y el bienestar, y la necesidad de reemplazar la existencia cotidiana en la nueva normalidad (Molina-Jaramillo & Muñoz-Duque, 2021). Además de las consecuencias negativas sobre la salud y la agudización de la precarización socioeconómica que la pandemia ha implicado (Atalan, 2020), aún existe una urgencia de reflexionar sobre aspectos existenciales como la relación que las personas establecen con los lugares y con los otros en esos lugares.

Los cambios de las dinámicas universitarias durante la pandemia

El cierre de las instituciones universitarias, provocado por la pandemia de Covid-19, propició una migración forzada hacia la modalidad no presencial, dando paso a la educación remota o a distancia. Ante este panorama, se reconfiguraron los diferentes espacios que son continuamente habitados por estudiantes, docentes, investigadores, personal administrativo, entre otros, quienes se vieron afectados por las rupturas con las espacialidades universitarias, pues debieron llevar sus actividades a otros espacios, específicamente la casa, espacialidad que comienza a configurarse como una extensión de la universidad (Molina-Jaramillo & Muñoz-Duque, 2021).

Ante el panorama de confinamiento, los centros de Educación Superior debieron imponer un cierre parcial o total de sus instalaciones, lo que imposibilitó, de manera temporal y para la mayoría de los actores universitarios, la presencialidad de las actividades académicas, y dio lugar a modelos de enseñanza que permitieron superar las limitaciones de espacio, producto del cierre, y llegaran en tiempo real a los estudiantes. En esos modelos, las tecnologías de información jugaron un papel fundamental (Canaza-Choque, 2020).

La educación a distancia es una modalidad educativa mediada por la tecnología y medios de interacción sincrónicos y asincrónicos en el que tienen un gran valor la autonomía de los estudiantes y los procesos de autogestión en las dinámicas educativas: autoaprendizaje, autónomo, autodirigido y autorregulado. Según Cerdas-Montano et al. (2020), la educación remota implica que el docente, más allá de validar y valorar las condiciones del estudiante y el plan de estudios, deba también asumir su propia capacitación. Por tanto, el vínculo académico que se configuraba alrededor del saber del docente se transforma, poniendo al estudiante en una posición más activa frente a la adquisición de conocimiento y, además, ubicándolo como un sujeto que aporta saber tecnológico al desarrollo de las actividades académicas.

En los países latinoamericanos, la necesidad de continuar los procesos académicos obligó tanto a docentes como estudiantes a reaprender las formas de construcción del conocimiento, así como la integración de formas de interacción entre estudiantes y docentes a través de los ambientes virtuales de aprendizaje. Incluso aquellos docentes que se habían resistido al uso de las tecnologías y el cambio de metodología de enseñanza debieron adaptarse a las lógicas impuestas por el confinamiento, obligándoles a involucrarse en el proceso de aprendizaje remoto y la apropiación tecnológica (De Vincenzi, 2020).

Aunque durante el confinamiento algunos antecedentes afirmaban que la adaptación a la modalidad virtual era una situación provisional, surge la pregunta por su lugar en tiempos de retorno a los espacios universitarios. Ante este panorama, se abre la posibilidad de repensar las formas en que se concibe y ejerce la enseñanza desde las espacialidades virtuales y bajo las modalidades remotas de la enseñanza que priorizan la casa como eje espacial de las prácticas educativas.

Este movimiento, a hacer la Universidad desde casa, supone el reto de considerar el dónde se enseña, además del cómo se enseña en las interacciones académicas (De Vicenzi, 2020). Si bien la modalidad presencial establece que la enseñanza se da en un lugar determinado, limitado por el espacio y el tiempo, la virtualidad rompe esos límites, proporcionando un tiempo y un espacio extendidos. Como respuesta a los limitantes de los cierres de las universidades, estas propusieron metodologías como el aula invertida (blended learning), que se centra en la experiencia del estudiante y lo compromete en el proceso de desarrollo de las clases y, por tanto, de su aprendizaje; y el modelo híbrido (flipped classroom), mediado por tecnologías digitales y basado en el aprovechamiento de multimodalidades, una enseñanza centrada en una combinatoria de modalidades presenciales y virtuales de aprendizaje (Canaza-Choque, 2020; Dhawan, 2020; Salinas Martínez et al., 2015). El uso de estos modelos sigue creciendo tras el confinamiento y se prevé que muchas actividades académicas y laborales se mantengan parcialmente en los entornos virtuales o migren definitivamente a estos.

Fanelli et al. (2020), por su parte, afirman que con la llegada del Covid-19 pareciera que se impone un cambio de paradigmas, pero que, a pesar de que la virtualidad complementa la presencialidad, no logra reemplazarla. Esto debido a las innumerables brechas que existen en la sociedad, no solo en cuanto a los estudiantes, sino también en los docentes. Para 2020, en Latinoamérica menos del 50 % de los hogares tenía acceso a internet, por lo que la educación virtual pudo profundizar las inequidades existentes. Aunque las clases virtuales se constituyeron en vías para mantener la actividad académica, también se tornaron en una puerta de salida para los estudiantes que no contaban con los recursos para acceder desde sus hogares. En este contexto emergieron nuevas complejidades para la garantía de la educación, que es necesario revisar (Gómez Guerra, 2022; Quintana Avello, 2020).

Por otro lado, algunos investigadores coinciden en que uno de los efectos de la pandemia para las universidades fue el refuerzo de la percepción social sobre la relevancia del quehacer científico y el lugar de las universidades como productoras de conocimiento y generadoras de soluciones. Fanelli et al (2020) afirman que en Argentina se logró posicionar y legitimar las funciones investigativas y sociales de las universidades de cara a la comunidad. La pandemia mostró la capacidad de adaptación de las universidades frente a los desafíos y amenazas que se imponen, a través de respuestas que revelaron heterogeneidad en términos de recursos y experiencias previas. Sin embargo, también ha puesto de manifiesto la brecha digital existente entre estudiantes y entre instituciones.

Con la extensión de la universidad a la casa, fue necesario también evaluar las condiciones de infraestructura de los hogares de los universitarios. Vargas Febres (2021) señala que, a partir de la pandemia, en Cusco ocho de cada 10 viviendas realizaron adecuaciones al ambiente, ya que estos no satisfacían las nuevas necesidades impuestas por el confinamiento obligatorio. También, en México se han estudiado las dificultades que implicó el uso híbrido de los espacios domésticos durante la pandemia por Covid-19 (Galeana Cruz & Maya Pérez, 2020), mostrando que la mezcla de las actividades laborales, domésticas, académicas y de descanso o lúdicas representa una saturación de la funcionalidad de estos espacios que en la mayoría de los casos constituyen extensiones reducidas y que no logran albergar adecuadamente los nuevos usos:

Esto implica llevar a cabo actividades de tipo laboral y educativas a distancia por medios digitales e internet en espacios que fueron diseñados para llevar a cabo sólo actividades domésticas como dormir, preparar alimentos, higiene personal y convivencia social familiar, principalmente. (Galeana Cruz & Maya Pérez, 2020, p. 60)

De esta manera, el uso mixto de las espacialidades domésticas ha conllevado consecuencias físicas, sociales, económicas y psicológicas que afectan la calidad de vida de las personas y ponen en cuestión el carácter benéfico de la directriz de “quedarse en casa”. Esto resulta particularmente significativo cuando la pandemia ha radicalizado las intenciones de las prácticas de educación virtual y teletrabajo o trabajo desde casa que ya se venían gestando en el marco del modelo globalizador. La necesidad de readaptarse a las restricciones de la pandemia y el posterior retorno a las espacialidades externas a la casa, suponen entonces interrogar qué implica la asunción de unos nuevos modos de habitar los lugares cotidianos y de relacionarse con otros en ellos. En el caso de la vivienda, que albergó también las prácticas universitarias, esto conlleva aproximarse a la manera como los actores universitarios han renovado los vínculos socioespaciales con la casa y con la universidad misma, aspecto que sigue sin ser estudiado en el contexto colombiano.

Transformaciones en los significados de la casa durante la pandemia

Los cambios en la rutina social introducidos por la pandemia por Covid-19 han supuesto una alteración significativa de la experiencia del hogar (Meagher & Cheadle, 2020). La revisión de la literatura sobre la experiencia de la casa durante la pandemia refleja sobre todo el salto desde su significación como localización geográfica e infraestructura hacia el sentido del hogar, más cercano a la noción del habitar (Besse, 2017; Gezici Yalçın & Düzen, 2022), poniéndose de relieve que más allá de la noción arquitectónica de vivienda y las comodidades físicas asociadas con su habitabilidad, la relación con la casa está mediada por las relaciones con otros y por los simbolismos que le son asignados (Boccagni, 2017; Byrne, 2020).

Los estudios que han comenzado a preocuparse por el tema durante la pandemia muestran cómo durante el confinamiento la relación con la casa estuvo marcada por una ambivalencia que rompe el romanticismo de “quedarse en casa” propuesto como medida de protección (Pavel, 2020). Así, para varios autores (Byrne, 2020; Gezici Yalçın & Düzen, 2022; Meagher & Cheadle, 2020) la pandemia ha conllevado una profunda transformación del sentido del hogar. Por un lado, este cambio en la relación con el hogar ha supuesto un movimiento desde un sentido instrumental asociado a las comodidades físicas que la casa ofrece como lugar de refugio o la provisión de espacios adecuados para el juego, el trabajo, el estudio, etc., hacia un reposicionamiento de su valor simbólico alrededor del sentido de familiaridad, seguridad ontológica y cuidado; por otro lado, el sentido de lugar ha girado desde una experiencia positiva y confortable hacia un vínculo marcado por emociones negativas que provoca reacciones de estrés (Byrne, 2020; Gezici Yalçın & Düzen, 2022).

En esta segunda vía, la experiencia romantizada de la casa como lugar primario y base de la identidad, proveedor de familiaridad y protección, ha cedido ante lo que Manzo (2005) llama el “lado oscuro del apego al lugar”, una relación con la casa marcada por el riesgo, el miedo y la incertidumbre. El hacinamiento, los espacios pequeños y precarios, la ausencia de conexión con servicios de telecomunicación como el teléfono o la internet, y la ausencia de naturaleza cerca de los espacios domésticos han marcado la experiencia de la casa durante la pandemia para muchas personas y pusieron de relieve las dificultades de muchas personas para cumplir con el mandato de quedarse en casa (Byrne, 2020; Gezici Yalçın & Düzen, 2022; Meneses Cárdenas, 2020; Pavel, 2020).

La casa supuso para muchos un espacio inhabitable y una experiencia desagradable, también por estar marcada por las experiencias de violencia y conflictos con otros con los que se comparte, lo que les significó una ruptura de la vivienda como el espacio de mayor control y la asunción de un peligro mayor que el del contagio por Covid-19 (Byrne, 2020; Ortiz Cotte, 2020). La presión al desalojo, el riesgo de desastre al que están expuestas algunas viviendas, las infraestructuras inadecuadas, la falta de privacidad y de espacios adecuados para el trabajo, el juego o para estudiar, son algunos de los elementos por los que Ortiz Cotte (2020) señala que quedarse en casa ha podido ser más peligroso que la Covid-19.

Con frecuencia, la casa puede no cumplir con sus funciones de ser un lugar seguro y acogedor, pues lo que ha puesto de relieve la pandemia es la radicalización de las desigualdades socioespaciales que limitan el derecho a habitar casas dignas y a vivir la ciudad. Autoras como Pavel (2020) llaman la atención sobre la necesidad de investigar las vivencias de aquellos que no pudieron cumplir con el mandato de quedarse en casa, especialmente cuando se habitan barrios precarios en los que las casas no cumplen con condiciones mínimas para sostener la vida. Algo similar anotan Zogal et al. (2020) cuando señalan que no todos tuvieron el privilegio de buscar un segundo hogar o de vivir en la itinerancia entre espacialidades urbanas y rurales para huir del malestar causado por el confinamiento; o al hacer referencia a las consecuencias, para las vidas y economías de los locales, asociadas a que las personas con mayores recursos participasen de migraciones pandémicas buscando lugares más tranquilos para vivir el confinamiento y el distanciamiento físico.

Hay, sin embargo, quienes plantean que el apego previo a la casa puede ser un predictor positivo de las afectaciones en salud mental y constituir un elemento protector frente a la experiencia de estrés que la pandemia y el confinamiento han conllevado, lo que fue especialmente importante durante los confinamientos iniciales (Meagher & Cheadle, 2020). La persistencia del sentimiento de seguridad y familiaridad relacionado con la casa, la disposición de espacios físicos evaluados positivamente y de relaciones de cuidado pudieron potenciar la capacidad de hacer frente a los cambios introducidos por la pandemia.

Aunque las autoras señaladas destacan esta revalorización del hogar durante la pandemia para reconocer el sentido ambivalente que acoge, otros autores han destacado la experiencia de quedarse en casa como benéfica y generadora de transformaciones respecto de las desigualdades socioespaciales. Couch et al. (2021) señalan, por ejemplo, cómo en el contexto académico el trabajo desde el hogar no solo ha significado sobrecarga por las múltiples tareas, sino también la posibilidad de mayor participación de las mujeres en la vida laboral, o el acceso a espacios escolares para personas que por discapacidad o limitaciones en la movilidad no podían ser partícipes de procesos educativos.

En relación con esto último, algunos autores han abordado la relación entre la casa y el trabajo o las actividades educativas, destacando la magnificación virtual del mundo en casa e interrogando si pueden las relaciones virtuales suplantar la ausencia de mundo físico (fuera de casa) (Fois-Braga & Brusadin, 2020). El efecto de presencia del mundo en la casa plantea la necesidad de que, además de reconocer los efectos sobre la salud mental de las transformaciones en la relación con el hogar y la radicalización de las desigualdades habitacionales de muchos sectores de la población, se reflexione sobre cómo la casa propone nuevas formas de hospitalidad y acoge una extensión de la vida a través de las redes, en lugar de ser leída solo en términos de hostilidad.

En este contexto, se reconoce la necesidad de desarrollar vías de estudio alrededor de las afectaciones que produce el cambio en la relación con la casa durante la pandemia, pero atendiendo al carácter ambivalente de esta relación, se insiste también la urgencia de entender la manera como se ha radicalizado la precarización de la experiencia del hogar durante la pandemia y cómo se han rearmado las relaciones con la casa y con las prácticas laborales y educativas desde la casa, aun cuando esta supone una experiencia opresiva o excluyente en muchos casos.

Pandemia, confinamiento y retorno al afuera: reducción o expansión de lo socioespacial

La pandemia supuso en sus fases iniciales una importante reducción del mundo socioespacial a la casa. Estar encerrados implicó, en primera instancia, una suspensión de los tránsitos cotidianos por la ciudad y de la conexión con las espacialidades universitarias que soportaban gran parte de la vida cotidiana; con esto, los vínculos con amigos y colegas, con los lugares que soportaban la experiencia cotidiana, se vieron también amenazados. Los lugares y personas que condensan nuestros afectos, pero también aquellos que validaban la propia experiencia identitaria: como profesores, como compañeros de clase, como empleados o como universitarios, quedaron en la soledad y la relación con ellos quedó relegada al ámbito de la memoria (Lewicka, 2014). Lo que la literatura permite hipotetizar es que esta migración forzada que supuso el confinamiento inicial en pandemia, el cierre de los escenarios públicos valorados, la reducción de las interacciones interpersonales significativas adquiere el carácter disruptivo descrito por algunos autores (Fullilove, 2014) para otras formas de desplazamiento forzado y, por tanto, supuso una experiencia de malestar importante y un llamado a rehacer física y simbólicamente los vínculos socioespaciales cotidianos.

Desde esta lectura, se señala la necesidad de pensar los espacios públicos como espacialidades negadas durante la pandemia y de considerar cómo la Universidad reorganiza su carácter de espacialidad pública (o semipública) cuando sus espacios físicos son cerrados, aunque se mantenga su función en el escenario virtual. El distanciamiento físico de las espacialidades universitarias, el confinamiento de la vida a algunos lugares como las casas y la persistente prohibición de habitar algunos lugares en el confinamiento pusieron de relieve la necesidad de interrogar la manera como dichos cambios han afectado a las personas y cómo estas han vivido las rupturas, reconexiones y reconfiguraciones de la vida socioespacial tras las reactivaciones y retornos a la presencialidad.

El movimiento de las dinámicas universitarias hacia las espacialidades privadas como la casa, o la habitación, que albergaron por casi dos años las prácticas educativas y laborales universitarias a partir del cierre de los espacios físicos que le otorgaban su fijación material, supone una forma de desasimiento del vínculo socioespacial con los lugares universitarios y domésticos que eran soporte de las actividades cotidianas, lo que conlleva la tarea de rearmar la casas otrora destinadas a las actividades domésticas para albergar las funciones académicas y laborales en una superposición de espacialidades domésticas pero también de las temporalidades que antes dedicadas al ocio, las actividades de encuentro familiar y el cuidado. Durante el confinamiento, pero todavía en momentos donde la casa sigue teniendo un lugar protagónico para soportar las actividades académicas -remotas y las nuevas formas de la presencialidad asistida por tecnologías de la información y las comunicaciones las personas han asistido a una hibridación de las espacialidades domésticas para albergar nuevas funciones antes destinadas a espacios públicos o institucionales (Tufi, 2022).

Partiendo de la idea de que tanto las espacialidades privadas como las universitarias son susceptibles de adscribirse desde la categoría de lugar, podemos comprender desde la psicología ambiental cómo estas han sido objeto de disrupción -abandonar los lugares significativos de la Universidad, negociar otros para hacer la vida laboral y académica desde casa-, pero también de una permanente reconfiguración durante el tiempo pandémico y postpandémico.

Al mismo tiempo, el avance del tiempo pandémico ha incrementado la conciencia de que, bajo ese carácter a veces móvil de los lugares, han operado una serie de reordenamientos que han vuelto a abrir el mundo socioespacial durante la pandemia. Lo que puede identificarse inicialmente en el reto que ha supuesto a la conceptualización de la psicología ambiental la idea de “espacialidades virtuales” y de cómo las interacciones tecnológicas desde el encuentro remoto se constituyeron como alternativa para seguir haciendo la academia, para que otros que nunca habían podido vincularse a actividades universitarias pudieran incluirse en ellas desde las modalidades remotas, pero también para construir nuevas redes de apoyo y sostener encuentros de ocio, compartir con los amigos o mantener las relaciones familiares desde la distancia. Las mediaciones tecnológicas abrieron durante la pandemia, más que nunca, la posibilidad de trascender el pesimismo sobre los usos individualistas del ciberespacio y su correspondiente ruptura del lazo social, para interrogar la virtualidad y el ciberespacio como potencias para compartir el mundo común. Como lo señalan Vásquez y Áviles (2020), la pandemia ha permitido reconocer otras formas de habitar poéticamente el ciberespacio.

Pero esta apertura del mundo socioespacial se ha operado también en la reclamación de las poblaciones locales por retornar a los espacios físicos que solían sostener sus tránsitos e interacciones cotidianas. Volver a reclamar la Universidad como lugar de encuentro, las trasformaciones infraestructurales, tecnológicas y administrativas que los centros educativos y laborales han debido implementar para acoger interacciones -académicas y transacadémicas- tras los extendidos periodos de confinamiento total o parcial, han sido otras formas en las que las espacialidades institucionales se han expandido.

A modo de conclusión

El movimiento Universidad–Casa–Universidad implicó una fragmentación de las rutinas, interacciones y disponibilidad de los espacios y de las acciones orientadas hacia estos. Se trató de afectaciones del vínculo con el lugar relacionadas con disrupciones en y del lugar; esto es, tanto de transiciones en los usos y sentidos de la casa y de la universidad, como de la necesidad de hacer la vida doméstica y universitaria en una misma espacialidad, la de la casa.

La pandemia, y de manera particular en el caso del movimiento Universidad–Casa–Universidad, ha puesto de frente a un ejercicio de renormativización de lo socioespacial que supone retos en diversos sentidos:

En primer lugar, invita a considerar los límites entre las espacialidades y temporalidades de lo público y lo privado, del adentro y el afuera, la casa y la calle o los espacios institucionales, para reconocer un borramiento de tales límites y una apertura a reflexionar sobre la hibridación de lugares y sentidos de lugar que antes estaban claramente demarcados. La casa puede ser un lugar todo, acoge simultáneamente el trabajo, el estudio y el ocio, el cuidado, el descanso; o la Universidad puede ser también hogar. Estas tensiones entre lo público y lo privado llevan a considerar las tensiones con otros, la negociación de espacios, tiempos e interacciones cotidianas bajo las nuevas normatividades postpandémicas, y pueden constituirse en una reducción de los sentidos de lugar tanto como su apertura.

En segundo lugar, la pandemia lleva a considerar la manera como se constituyen lugares, y relaciones con ellos, en contextos de una precarización profunda de la vida. Las brechas económicas que se reflejaron en la organización de espacios, tiempos, e interacciones domésticas, en los límites o posibilidades de acceder a tecnologías para el encuentro virtual, en las desiguales oportunidades para mantener confinamientos voluntarios o en las muy diversas formas de violencias y amenazas a la vida vividas durante el confinamiento en casa y las nuevas salidas a un afuera donde muchos no tenían garantizado su derecho a la salud u otros derechos básicos, son una clara muestra de lo que significa dotar de sentido las espacialidades cotidianas en sociedades profundamente desiguales como las nuestras.

En tercer lugar, la pandemia insta a repensar las espacialidades universitarias. Más allá de escenarios físicos para la vida académica, se trata de lugares cargados de sentidos, de marcas asociadas a las interacciones socioculturales allí emplazadas y al intercambio de ideas; el asiento de construcciones comunitarias y políticas. Así, el vaciamiento de actividad en las espacialidades de la Universidad puede implicar, para muchos, el quedarse sin hogar, una disrupción de la experiencia de continuidad.

En cuarto lugar, las nuevas y renovadas formas del encuentro virtual suponen la necesidad de reflexionar respecto de ¿qué tipo de espacialidades son aquellas denominadas virtuales?, ¿puede el ciberespacio hacerse lugar?, ¿cómo las identidades, las interacciones más importantes -no solo académicas- los tiempos, son vividos desde escenarios no físicos?, ¿cómo aparece en ellos el cuerpo? Las categorías conceptuales de la psicología ambiental han de ser retadas desde los nuevos panoramas presentados por la pandemia y llevar a ampliar las tradicionales formas de pensar lo socioespacial.

Finalmente, los lugares que sostienen la vida cotidiana han sido un “espacio descuidado” tanto para la geografía humana como la para la psicología ambiental y otras disciplinas sociales. Con frecuencia las producciones académicas han priorizado las lecturas sobre lo urbano, los espacios institucionales, por sobre las espacialidades domésticas o los espacios interiores, a pesar de la importancia que estos tienen en la constitución de la subjetividad. La pandemia ha permitido volver sobre el reconocimiento de la importancia de la casa, los espacios interiores, cotidianos para pensar la identidad, los procesos de socialización y las formas en que los lugares soportan la experiencia de bienestar; también, ha hecho reconocer el lugar como lugar siempre en proceso de reconfiguración, inacabado, móvil, por lo que ante los desajustes pandémicos de lo socioespacial sigue abierta la invitación a pensar los nuevos modos, los modos otros de hacer lugar y de ser en los lugares de la vida cotidiana.

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Notas

[1] Artículo elaborado en el marco del proyecto “Disrupciones y reconfiguraciones socioespaciales durante la pandemia por Covid-19 en la comunidad universitaria, Universidad de Antioquia", código SIIU 2021-43431, Grupo de Investigación en Psicología, Sociedad y Subjetividades, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas. Financiado por la convocatoria de primer proyecto de la Vicerrectoría de Investigación, Universidad de Antioquia. Agradecimiento a la Estrategia para la Sostenibilidad y Consolidación de los Grupos de Investigación 2023.
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