Artículos de Reflexión

Entre la incertidumbre y la esperanza: narrativas de paz territorial de mujeres firmantes de los acuerdos de paz

Between uncertainty and hope: narratives of territorial peace of women ex-combatants

Stefani Castaño Torres
Universidad Surcolombiana, Colombia
Jenny Marcela Acevedo Valencia
Universidad Católica Luis Amigó, Colombia

Entre la incertidumbre y la esperanza: narrativas de paz territorial de mujeres firmantes de los acuerdos de paz

Revista Virtual Universidad Católica del Norte, núm. 74, pp. 326-360, 2025

Fundación Universitaria Católica del Norte

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Recepción: 14 Febrero 2024

Aprobación: 29 Octubre 2024

Resumen: Con la firma de los acuerdos de paz de 2016 emergen diferentes formas de entender la paz territorial. Este artículo busca analizar las narrativas de paz de mujeres excombatientes de las FARC-EP, que realizan su proceso de reincorporación en La Montañita (Caquetá), Baraya (Huila) y Medellín (Antioquia). Se asumió una investigación cualitativa, sustentada en la epistemología feminista y en el uso de narrativas que se generan a partir de técnicas participativas y dialógicas como conversatorios y entrevistas en profundidad. Los resultados destacaron que en la experiencia de Baraya la relación paz, reincorporación y reparación permite hacer frente a los desafíos de la supervivencia, a través de proyectos productivos en los que participan firmantes de paz, campesinos y víctimas. En las experiencias del Caquetá y Antioquia, las concepciones en torno a la paz buscan rescatar la identidad fariana a partir del trabajo con las bases populares, por lo que tiene mayor relevancia la relación paz y reincorporación. El artículo concluye destacando la paz territorial como una paz múltiple, que para los casos analizados da cuenta de componentes relevantes: la participación comunitaria, la vinculación de diferentes actores y el desarrollo de subjetividades políticas que incentiven mantener en constante discusión las apuestas de paz.

Palabras clave: Mujeres, Paz territorial, Reincorporación, Reparación.

Abstract: In 2016 with the signing of the peace agreements, different ways of understanding territorial peace emerge. The objective of this article is to analyze the peace narratives of women ex-combatants of the FARC-EP who are her reincorporation process in La Montañita (Caquetá), Baraya (Huila) and Medellín (Antioquia). Qualitative research was undertaken, based on feminist epistemology and the use of narratives generated from participatory and dialogic techniques such as conversations and in-depth interviews. The results highlight that in the experience of Huila (Baraya) the relationship between peace, reincorporation and reparation allow us to face the challenges of survival through productive projects in which peace signatories, peasants and victims participate. In the experience of Caquetá and Antioquia, the conceptions of peace seek to rescue the identity of the farmer community by working with the grassroots, therefore the relationship between peace and reintegration is more relevant. The article concludes by highlighting territorial peace as a multiple peace, which for the cases analyzed accounts for relevant components: community participation, the linkage of different actors and the development of political subjectivities that encourage maintaining peace bets in constant discussion.

Keywords: Womens, Territorial peace, Reincorporation, Reparation.

Introducción

A partir de la implementación del Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera (Acuerdo de Paz, en adelante) entre el Estado colombiano y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia Ejército del Pueblo (FARC-EP, en adelante) en 2016, un nuevo capítulo de discusión en torno a la paz se abre en el país. En esta ocasión, el Acuerdo de Paz va a plantear en el centro de la discusión a las mujeres y las particularidades territoriales como elementos relevantes a la hora de pensar la paz.

Autoras como Meertens (2016) y Vargas Parra y Díaz Pérez (2018) destacan la transversalización del enfoque de género en el Acuerdo de Paz como un hito significativo que abre la posibilidad de transformaciones democráticas orientadas al logro de justicia de género, asunto en el que las mujeres tienen un lugar central. Adicionalmente, a partir de la idea de paz territorial se posicionó la perspectiva territorial, reconociendo que el conflicto armado ha afectado de manera diferencial los territorios; sin embargo, como destaca Ahumada Beltrán (2020), en esta perspectiva subyacen una serie de contradicciones, limitaciones y silencios que “se convierten en un obstáculo para mejorar las difíciles condiciones de vida y de trabajo de la gran mayoría de los campesinos” (p. 32).

Diferentes experiencias de resignificación de la paz han emergido, a partir de la posición estratégica que ganaron en este acuerdo, tanto las mujeres como los territorios más afectados por el conflicto armado. Estas se destacan como proyectos políticos antagónicos a la paz territorial, propuesta desde el Gobierno, además potencian capacidades en los diferentes actores sociales (Álvarez Giraldo & Pimienta Betancur, 2022), asuntos en los cuales se quiere profundizar.

El artículo está en correspondencia con las investigaciones orientadas a problematizar las experiencias de mujeres militantes de organizaciones insurgentes como actoras políticas (Castaño Torres et al., 2020; Dietrich Ortega, 2014; El Jack, 2003; Rayas Velasco, 2009), ampliando las comprensiones a las trayectorias de vida posterior a la entrega de armas. Estas investigaciones intentan superar los reduccionismos que proporcionan los roles estereotipados de género y, por tanto, visibilizan a las mujeres en ámbitos múltiples. Este artículo, particularmente, analiza las narrativas de paz territorial de mujeres excombatientes que militaron en las FARC-EP y que realizan su proceso de reincorporación en los municipios de La Montañita (Caquetá), Baraya (Huila) y Medellín (Antioquia).

En correspondencia con Estrada (2020), el texto parte de reconocer que la puesta en marcha del Acuerdo de Paz implica contemplar la perspectiva sistémica y estructural, puesto que su materialización impactaría “la reorganización del poder y la dominación” (Estrada, 2020, p. 9). Por lo cual, abordar las narrativas de construcción de paz de las mujeres excombatientes implica su ubicación territorial en escenarios particulares y destacar cómo sus experiencias propician “condiciones para un proceso de democratización política, económica, cultural del país” (Estrada, 2019, p. 9).

Esta temática se inscribe en los estudios de conflicto armado, paz y género. Investigaciones que parten de la crítica a los estudios tradicionales de paz, destacando sus limitaciones para dar cuenta de las formaciones sociales que resultan de los conflictos entre ciudadanos y gobiernos (Jabri, 1996), con lo que se desconoce que las mujeres son actores que pueden contestar las estructuras y en esta interacción reproducir la violencia o construir la paz.

Por tanto, dichos estudios procuran superar la limitación analítica relativa a la falta de atención a los asuntos de género, destacando tanto los esfuerzos de construcción de paz, como los riesgos de reproducción de la violencia tanto en la esfera privada como en la pública (Reimann, 2001). Al respecto, se destaca el estudio de Sánchez-Blake (2012) que visibiliza el papel de las mujeres como actores políticos del conflicto armado, pero también como constructoras de paz, a través de su participación en organizaciones sociales. Lo anterior, permite afirmar, en conjunto con Hauge (2008) que en su proceso de reincorporación algunas de las ex-combatientes pudieron preservar y desarrollar sus vidas sobre la base de la identidad positiva del grupo, desarrollada durante la guerra a través de la opción de la reintegración colectiva o manteniendo otras redes sociales, asunto que implica la utilización de aprendizajes de la guerra para construir la paz.

Igualmente, respecto de las violencias sufridas por las mujeres en contextos de construcción de paz, Ruiz Herrera y Huertas Díaz (2019) evidencian las situaciones adversas que afrontan las mujeres excombatientes, debido a la falta de servicios básicos de salud y de condiciones de habitabilidad en el Espacio Territorial Antonio Nariño de Icononzo (Tolima), esto como parte del actual proceso de reincorporación de las FARC-EP.

Estos estudios aportan a transformar las narrativas dominantes en los estudios tradicionales de paz que posicionan a las mujeres únicamente como víctimas débiles y vulnerables. Visibilizan tanto las tensiones y problemáticas de orden privado, que enfrentan aquellas que se atrevieron a contestar el orden social del Estado (O’Reilly, 2013), como sus considerables aportes a la construcción de paz; esfuerzos que se considera han sido invisibilizados (Pankhurst, 2008).

Así, los resultados que se presentan a continuación pretenden seguir abonando reflexiones al tema de la implementación del Acuerdo de Paz, desde las voces de los propios actores que habitan los territorios. En este caso, el artículo dará cuenta de las narrativas de algunas mujeres y de las experiencias en cada uno de los espacios en los que reconstruyen sus proyectos de vida, como una manera de reconocer las prácticas sociales, económicas y políticas que despliega la comunidad fariana luego de la firma del Acuerdo de Paz.

Metodología

Durante aproximadamente seis años se han venido realizando distintos encuentros con mujeres exmilitantes de la guerrilla de las FARC-EP, en el marco de varios proyectos de investigación[1]. Este acercamiento al contexto de reincorporación a la vida civil ha permitido clarificar y poner en evidencia el lugar como investigadoras. Un lugar que parte del reconocimiento de las propias trayectorias de vida. Estas están vinculadas a tres dimensiones de la experiencia: un conocimiento disciplinar particular, vinculado a las ciencias sociales y la educación; la construcción de una subjetividad política, en la que se hace explícita la importancia que tiene el Acuerdo de Paz, en medio de un conflicto armado de larga data en Colombia; y, por último, características personales asociadas a ser mujeres urbanas, universitarias, vinculadas a procesos colectivos de base (comunitarios) y con experiencia en la maternidad.

Hacer explícito el lugar de enunciación de las investigadoras; es decir, poder construir una voz propia, como diría hooks (2015), es muy importante para los estudios feministas, porque se opone a la idea de que la construcción de conocimiento científico es un asunto meramente objetivo y en el que es posible plantear la existencia del “desapego emocional y la suposición de que hay un mundo social que puede ser observado de manera externa a la conciencia de las personas” (Blázquez, 2012, p. 26).

En contraposición a esta postura epistemológica, la investigación puso atención en las narrativas como abordaje metodológico, que se fundamenta en el denominado giro discursivo en el campo de las ciencias sociales. Asunto que permitió explorar posturas paradigmáticas críticas alejadas de los criterios de validación positivista (Flick, 2007). Así, se optó por retomar la narrativa como una investigación de las historias que se construyen socialmente desde las experiencias vividas. Desde esta postura, se produjeron narrativas individuales y colectivas, de carácter contingente, subversivas, situadas y con posibilidad de re-crear las realidades a partir del encuentro con lo emocional, lo afectivo y lo intelectual (Biglia & Bonet-Martí, 2009).

Cuando se habla de narrativa existe una comprensión acerca de que la interacción social es el producto del vínculo que se establece entre quien narra y quien escucha, y la palabra podría entenderse como una relación intersubjetiva (Aranguren-Romero, 2016). Esto llevó a reflexionar que la experiencia narrada, para este caso, puede ser leída a través de las lógicas que plantean los feminismos populares. Estas abren el espectro al reconocimiento de distintos colectivos históricamente excluidos, en el que se pueden nombrar mujeres de bases populares, grupos con identidades diversas, y demás organizaciones comunitarias (Korol, 2016).

Es posible destacar que las reflexiones relativas a los posicionamientos personales respecto de los feminismos dieron cuenta de una interpelación constante en el proceso de investigación. Se coincidió con estas mujeres en el esfuerzo por recuperar la palabra y construir a partir de ella, incluso en las diferencias. Además, se comparten intereses en común relacionados con la importancia del trabajo colectivo para la problematización de las condiciones de pobreza y las desigualdad que viven los territorios afectados por el conflicto armado.

Los apartados de experiencias y narrativas que se presentan dan cuenta de los territorios habitados por las mujeres firmantes. Tuvieron en cuenta la recomendación de Estrada (2020) respecto de la relevancia de la ubicación territorial de la paz. Por lo cual la narrativa construida en cada caso evidenció el proyecto político que las firmantes posicionan, el lugar y la forma como potencian capacidades en quienes participan. Estas narrativas, a la vez, tuvieron contrastes entre ellas de acuerdo con particularidades geográficas, el modelo de reincorporación promovido, las identidades de las poblaciones que participan, entre otros asuntos que se procuran visibilizar.

Las narrativas que se retomaron para la escritura de este artículo hacen parte de la experiencia de vida de nueve mujeres asentadas en contextos situados como La Montañita, Baraya y Medellín; se está hablando propiamente de las historias de vida de Miriam, Yuliana, Sara, Manuela, Amalia, Cristina, Milena, Marcela y Laura[2].

Son mujeres entre los 30 y 50 años, que se acogieron al proceso de paz en el 2016, luego de haber militado entre 5 y 30 años. La mayoría son de origen campesino (de los departamentos de Caquetá, Nariño, Putumayo, Huila y Antioquia) que tomaron la decisión de ingresar a las filas cuando tenían entre 10 y 16 años. Dentro de las funciones que realizaron al interior del grupo armado están: enfermería, comunicaciones, instructoras de orden cerrado y educación política y militar. Solo una mujer no tiene hijos, las demás tienen entre 1 y 3 hijos. En cuanto al nivel educativo actual, la mayoría terminaron su bachillerato y algunas de ellas realizan estudios técnicos o universitarios. Durante el proceso de reincorporación a la vida civil se han desempeñado como artesanas, líderes de proyectos productivos y sociales, profesionales en la JEP, auxiliares de enfermería, amas de casa, sastres, entre otros oficios.

Este acercamiento a sus historias de vida se hizo posible gracias a tres aspectos articulados a la interacción social sostenida durante los encuentros realizados en los contextos de referencia (La Montañita, Baraya y Medellín) y que ahora al reflexionar sobre la propia experiencia como investigadoras se trae a colación, a saber:

1) El uso de la entrevista en profundidad y de técnicas participativas y dialógicas (conversatorios, diálogos informales, recorridos por el territorio), además de otras estrategias creativas (construcción de altares, amuletos y mandalas, lectura de cuentos y poesía, entre otras actividades) para el trabajo colectivo, que generaron la posibilidad de encuentros horizontales mediados por la palabra, la escucha atenta, y la vivencia de los silencios durante la conversación (Aranguren-Romero, 2008).

2) Las garantías éticas que se acordaron durante el trabajo de campo en que ellas establecieron negociaciones frente a las narrativas que se podían hacer públicas y las que no; en este caso, existe identificación con lo que Aranguren-Romero (2008) plantea acerca del cuidado de la palabra, en el sentido de que permite entender el significado que supone el diálogo y la posibilidad de que las mujeres se abran a narrar asuntos personales de la experiencia vivida.

3) El respaldo institucional a través de la financiación de distintos proyectos investigativos por parte de la Universidad Católica Luis Amigó y el trabajo que han venido realizado otras dependencias de la Universidad Surcolombiana de Neiva, lo cual ha permitido una cercanía permanente con los territorios de reincorporación y la puesta en marcha de apoyo a iniciativas productivas.

Para la organización y análisis de las narrativas se apeló a dos momentos básicamente: una primera etapa para seleccionar y clasificar los testimonios, a través del uso de códigos como: feminismo, territorialidad, paz y reconciliación. Para ello, se empleó el software Atlas ti. versión 7.0., siguiendo los procedimientos de análisis línea por línea propuestos por Corbin & Strauss (1990) como técnica analítica que permitió, posteriormente, concentrar los códigos antes mencionados. En el segundo momento, se realizó un análisis temático, estructural e interpretativo de las narrativas en consonancia con las bases teóricas y epistemológicas de los feminismos populares (Beiras et al., 2017).

Conflicto armado, paz territorial y género

Plantear el problema de la paz territorial en Colombia es adentrarse en las lógicas del conflicto armado, pues para hablar de paz hay que hacer alusión a la confrontación armada. Esta ha sido la expresión de diversos grupos organizados por ejercer poder y controlar recursos naturales (petróleo, metales, diamantes, drogas o límites territoriales disputados). Lo anterior, combinando distintas tácticas de guerra (tecnología armamentista, incremento de ejércitos, militarización del territorio, control de la vida comunitaria, entre otras), las cuales, a su vez, generan desplazamiento, desaparición forzada, violencia sexual, pauperización económica y, en general, perpetúan desigualdades sociales de sectores marginados (El Jack, 2003).

El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH, 2013) cataloga el conflicto armado como degradante y difícil de explicar, no solo por su carácter prolongado y por los diversos intereses que expresan sus actores, sino por su “extensión geográfica y por las particularidades que asume en cada región del campo y en las ciudades, así como por su imbricación con las otras violencias que azotan al país” (CNMH, 2013, p. 19).

En este orden, el concepto de paz ha venido usándose cada vez más en momentos coyunturales, en el marco de la finalización de conflictos en el mundo. Hernández (2019) dice que la paz hace parte de la historia del ser humano, la cultura y el medio ambiente; es un concepto polisémico, múltiple y dinámico. Con la propuesta de este artículo, se entiende la paz dentro de una perspectiva constructivista que preste atención a los valores, visiones, imaginarios y prácticas implementadas por los sujetos individuales y colectivos. Esto con el fin de aportar nuevos desarrollos a esta categoría de análisis desde referentes empíricos. En este sentido, la propuesta que hace Puerta Henao (2023) invita a reflexionar la paz como construcción local; es decir que se edifica a partir de las lecturas situadas de los conflictos y las violencias de los contextos actuales.

En Colombia, el concepto de paz territorial empieza a tener fuerza en las negociaciones de paz, y en especial a partir del discurso del Alto Comisionado para la Paz Sergio Jaramillo (2015), que señala la importancia de diseñar un modelo que articule tanto el enfoque territorial como el enfoque de derechos. Esto alude al fortalecimiento institucional y al desarrollo local, priorizando la satisfacción y protección de derechos de la ciudadanía, incluyendo la no repetición de los hechos victimizantes y el fin del conflicto armado. Este enfoque prioriza la consolidación de una alianza que incentive la planeación local participativa y la movilización ciudadana.

El Acuerdo de Paz (2016) logró definir un concepto de paz territorial estable y duradera para que la población fariana pueda restablecer sus proyectos de vida y reconstruir el tejido social, la convivencia y la reconciliación. En este sentido, el modelo de reincorporación propuesto entiende la paz territorial como un “ejercicio participativo que involucra, por un lado, a exintegrantes de las FARC-EP que desarrollan su proceso de reincorporación, y por el otro, a las comunidades y sus distintas [iniciativas]” (Consejo Nacional de Política Económica y Social [Conpes], 2018, p. 48).

Sin embargo, en su implementación, este concepto ha estado más asociado a la lógica de pacificación propia del liberalismo (Bautista-Bautista, 2017) en el que se destacan intereses territoriales del Estado como empresa extractiva, “orientada a la producción de espacios seguros y funcionales al desarrollo capitalista” (Álvarez Giraldo & Pimienta Betancur, 2022, p. 77). Esta perspectiva se prioriza en el Acuerdo de Paz porque se necesitaba la consolidación de territorios específicos para garantizar su pacificación.

A diferencia de lo anterior, se concibe el territorio como una expresión espacial que da cuenta de apropiaciones, prácticas, sentidos y formas de organización producidos por grupos sociales. Una manifestación simbólica de poder (Haesbaert, 2013) y capacidad de agencia de colectividades. Por lo cual, la paz territorial puede entenderse también como experiencia vivida y significada espacialmente por las comunidades, lo que destaca una dimensión de horizontalidad y descentralización de la lógica geopolítica de la paz territorial (Pimienta et al., 2019).

En este sentido, como categoría analítica, la paz territorial se construye en la vida cotidiana de los grupos sociales. Es singular y dotada de múltiples significados dependiendo del espacio-tiempo habitado por las colectividades. No habría, por tanto, un contenido único asociado a la paz territorial, sino más bien “una geopolítica de la horizontalidad en la que lo analítico es una actividad creadora y reproblematizadora, que desde el presente permite construir el futuro y así es un ejercicio de re-territorialización de la paz” (Pimienta et al., 2019, p. 66).

Ahora bien, hablar de narrativas de paz con mujeres excombatientes implica necesariamente plantear la discusión respecto de las posturas feministas que atraviesan dichos discursos, puesto que no solo se recuperan sus sentidos y significados alrededor de un término, sino que se interpelan las experiencias propias respecto de su autorreconocimiento como mujer en el contexto posconflicto.

En este sentido, los aportes de los estudios feministas respecto del concepto de interseccionalidad (Crenshaw, 1989) resultan de utilidad para el análisis. Teniendo en cuenta que la diferenciación territorial rural-urbana, el modelo de reincorporación individual-colectivo y la pertenencia a procesos organizativos mixtos-exclusivamente de mujeres, se constituyen en capas de diferenciación y complejización. Estas evidencian las particularidades de los sentidos y experiencias con los que se construye la paz territorial en cada caso analizado.

En este sentido, se coincide con Rettberg et al. (2022) en señalar que factores como raza, clase, género y, particularmente en este caso, reincorporación (Giri, 2021) y territorialidad se afectan y modulan en ellos para incidir de manera diferencial en las experiencias de las mujeres. Asuntos que evidencian que no es igual la experiencia de las mujeres de origen rural de las mujeres urbanas, mujeres veteranas de jóvenes guerrilleras, milicianas de mujeres soldado (Anctil-Avoine, 2023).

En cualquier caso, al interactuar con estas mujeres en los tres contextos de investigación, ellas dicen “no somos feministas, pero trabajamos con mujeres” (Conversatorio Mujeres Baraya). Afirmación que da cuenta de las tensiones y discusiones que, para ellas, implica la adopción de posturas orientadas a develar y problematizar contradicciones a nivel social y en sus procesos organizativos.

Como investigadoras, se considera que estos temores responden a las implicaciones de diferenciarse de sus comunidades de origen, de la comunidad fariana e incluso de las investigadoras como académicas. Esto teniendo en cuenta que ellas leen el feminismo como un posicionamiento que problematiza desigualdades y devela incluso contradicciones propias de las iniciativas en las que ellas aportan todos sus esfuerzos. Una postura nada cómoda en términos personales.

Agua Bonita: construcción de paz como comunidad fariana

Si bien la figura de reincorporación comunitaria[3] está contemplada en las políticas de desarme, desmovilización y reintegración (DDR), propuestas por el Gobierno nacional[4], con el proceso de paz de 2016 adquiere un nuevo sentido; esta vez destaca el fortalecimiento de la vida colectiva interna de la comunidad fariana, puesto que con la figura de zonas veredales, inicialmente, y su tránsito por los ETCR, hasta convertirse en poblados de paz[5], lo que hay en juego es la continuidad de la vida comunitaria de algunos de los integrantes de la extinta guerrilla, en zonas que pasan de ser transitorias a territorios permanentes (Castaño Torres & Piñeros-Lizarazo, 2023).

De acuerdo con la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN, 2022), de los 12.820 firmantes en proceso de reincorporación, únicamente 2.310 permanecen en los actuales poblados de paz; sin embargo, estos se han convertido en un referente importante para la construcción de paz en el país, puesto que allí se materializa la posibilidad de que los antiguos militantes de las FARC-EP continúen sus proyectos de vida social y política sin armas, pero con la posibilidad de obtener mayor reconocimiento colectivo.

En este contexto, el poblado de paz Héctor Ramírez, ubicado en la vereda Agua Bonita del municipio de La Montañita, Caquetá, ha sido reconocido como una de las experiencias de reincorporación colectiva más significativa (Fonseca & Reinoso, 2020), en tanto en ella convergen esfuerzos colectivos orientados a la construcción de paz que han dado continuidad a la vida comunitaria desde valores farianos como la justicia social, la camaradería, el compromiso colectivo, la crítica y la autocrítica, entre otros.

En este poblado se cuenta con diferentes niveles y estrategias organizativas: “A nivel político está el partido [Comunes], a nivel económico la cooperativa [Cooperativa Multiactiva para el Buen Vivir y la Paz del Caquetá (COOMBUVIPAC)] y a nivel comunitario la Junta de Acción Comunal [Agua Bonita 2]” (Recorrido por el poblado Héctor Ramírez, 13 de agosto 2022). De estas se desprenden diferentes comités temáticos centrados en áreas específicas de interés comunitario, entre los que se cuentan la Comisión de Género y Diversidad, el Comité de Educación, el Equipo Turipaz, La Asociación de Mujeres Productoras de Esencias de Paz (ASMUPROPAZ), entre otros, a los cuales las mujeres se integran de manera constante.

A partir de los diferentes espacios en los que se vinculan las mujeres, sus narrativas en torno a la paz van a estar fuertemente permeadas por las dinámicas colectivas generadas en el poblado, que, si bien plantean como experiencias que se han materializado desde la voluntad individual de las y los firmantes, sus características de funcionamiento permiten dar cuenta de la continuidad de los valores organizativos que tenían como grupo armado. Los dirigentes de los territorios [antiguos comandantes en las FARC-EP] dijeron:

Cada uno es libre de escoger, de vivir su propia vida, tengan en cuenta que estos territorios son de nosotros, si ustedes se quieren ir, si ustedes quieren vivir pues aquí bien, ustedes son los que deciden, cada uno es libre de decidir por lo que quiera, por lo que siente. (Miriam, comunicación personal, 14 de julio de 2019)

En el funcionamiento de los procesos organizativos es evidente la disciplina y compromiso colectivo, lo que implica destinar tiempos individuales, fuerza de trabajo e incluso recursos económicos para el bien común. La afirmación “nosotras venimos de una formación muy colectiva” (Yuliana, comunicación personal, 18 de octubre de 2022) visibiliza la continuidad de dinámicas asociadas a la comunidad fariana, que se evidencian en prácticas como la distribución de labores mensuales asociadas a la cooperativa, los aportes en trabajo una vez al mes para mejorar la infraestructura del poblado o la cuota mensual que entregan aquellos que no permanecen al poblado y, por tanto, no pueden apoyar con trabajo.

Estas prácticas dan cuenta de una idea de paz asociada a la vida de la comunidad fariana, que como se ha planteado en otros estudios (Castaño Torres et al., 2020; Leudo Zarate, 2021; Suárez González, 2021) da cuenta de un sentido de identidad comunitaria que tiene como base la ideología, la solidaridad y el trabajo colectivo que realizaban como guerrilla. Actualmente, en el proceso de reincorporación, se proponen “seguir luchando por el bienestar no tanto individual, sino colectivo” (Sara, comunicación personal, 12 de octubre de 2022).

En los sentidos acerca de la paz, surgen como centralidad las iniciativas productivas, de estas se destaca la variedad de apuestas económicas que como colectivo han materializado y que potencian los saberes y habilidades desarrollados en medio de la confrontación y en la actual reincorporación. En el poblado se observan cultivos como piña, caña, frutales, plantas aromáticas y huertas caseras, iniciativas de producción pecuaria, acuícola y procesos de transformación de plantas medicinales, todos ellos asociados a procesos organizativos financiados por la comunidad internacional, que si bien dan cuenta de la potenciación de saberes asociados a la vida campesina, que adquirieron antes y durante su pertenencia al grupo armado, también develan la escasa responsabilidad e injerencia del Estado colombiano en la materialización de la paz, asunto que Erazo y Espitia (2018) alertaban desde los primeros años de implementación del acuerdo.

La iniciativa de turismo Turipaz, orientada a visibilizar rutas, lugares relevantes y de interés ambiental en el poblado, evidencia el conocimiento del territorio en el que operaron como guerrilla. Finalmente, los saberes administrativos y la potenciación de las economías solidarias visibilizan aprendizajes asociados a la reincorporación, todo ello para decir: “Nosotros estamos aportando [a la paz] en el aprendizaje cada día, aprendiendo en las distintas áreas, aprendiendo a defendernos en administración y cómo se desarrolla un proyecto” (Yuliana, comunicación personal, 18 de octubre de 2022), asuntos que implica aprender las dinámicas económicas de la sociedad colombiana. Así también lo refiere Laura:

El Poblado Héctor Ramírez aporta a la construcción de paz con los diferentes proyectos, las diferentes organizaciones que hemos construido a través del proceso, que mejoran las condiciones de vida en el territorio. Las mujeres específicamente aportamos a la construcción de paz dando a conocer todos nuestros conocimientos; por ejemplos acá en Agua Bonita hay una asociación de mujeres que ellas preparan esencias y tienen toda una organización muy bien montada (...) es un proyecto muy chévere y de valorarles a ellas, por todo el esfuerzo que han venido haciendo, todas sus diferentes actividades: jabones y esencias. (Comunicación personal, 12 de octubre de 2022)

Esta narrativa de paz, desde las iniciativas productivas, reviste gran importancia en el contexto de la reincorporación y particularmente en los procesos colectivos de los poblados de paz, puesto que su ubicación alejada de grandes centros urbanos se traduce en una escasa oferta de empleo y posibilidades de ingreso para las y los firmantes del proceso. En los poblados de paz, al igual que en la mayoría de las zonas rurales de Colombia, son evidentes las carencias económicas, de infraestructura y servicios que entendidas como desigualdades estructurales fueron uno de los motivos del conflicto armado. La pervivencia de estas desigualdades en la actualidad da cuenta de la fragilidad de una idea de paz centrada en la supervivencia económica que cuenta con garantías de sostenibilidad, en tanto la comunidad fariana esté dispuesta a poner en colectivo los escasos recursos con los que cuentan o logran gestionar.

Para Yuliana, la paz también se traduce en la generación de capacidades, término de una importante potencia para destacar los aprendizajes productivos, cívicos y de liderazgo, que estas mujeres ponen a disposición de la convivencia y la construcción colectiva en la actualidad (comunicación personal, 18 de octubre de 2022). Sin embargo, estas capacidades no eximen de responsabilidades al Estado y los aportes que este debe hacer a la construcción de paz, puesto que como lo menciona Laura “para mí la paz es que se nos respete la vida a todos los y las excombatientes, nos cumplan con los acuerdos, ya que hasta la fecha hay varios puntos que hasta la fecha aún están en proceso y no se han cumplido” (comunicación personal, 12 de octubre de 2022), por lo cual las narrativas de paz también son complementadas con interpelaciones y demandas al Gobierno y a la sociedad respecto de sus derechos. De ahí que Manuela describa la paz como:

No mendigar derechos, porque los tenemos. Lo que necesitamos es que nos reconozcan los espacios que nos merecemos como personas. Entonces, hay muchas mujeres que se encuentran en el mismo tipo de situación de marginación, de olvido, de discriminación (…) entonces ha calado la propuesta y dicen yo me quiero sumar también. (Comunicación personal, 14 de julio de 2019)

En este sentido, la generación de capacidades, facilitada por una paz inicialmente entendida como ausencia de guerra, ha permitido que las mujeres se empoderen y reivindiquen sus derechos, se organicen y amplíen paulatinamente sus rangos de acción a otras colectividades. Estas lógicas de trabajo colectivo, en pro del bienestar de todos los y las excombatientes, han posibilitado que se asuman todos los aprendizajes como un recurso que potencia las prácticas económicas y sociales, por lo que el Poblado de paz Héctor Ramírez poco a poco transita de comunidad fariana a incluir otras identidades para la paz en su territorio.

Baraya, la paz como reconciliación y reparación territorial

Del abrumador 80 % de firmantes que se encuentran por fuera de los poblados de paz, una cantidad relevante (5.512 personas) habita en ciudades intermedias del Cauca, Tolima, Caquetá, Putumayo, Valle del Cauca, Nariño y Meta (ARN, 2022). Estas zonas también fueron los escenarios de mayor confrontación bélica en el periodo 1990-2014 (Vásquez, 2017). Ambas particularidades hacen que actualmente converjan en el mismo territorio víctimas y responsables de los daños causados por la confrontación, por lo que construir la paz no requerirá únicamente una mejor y oportuna presencia del Estado en estos territorios, como se destacó en la experiencia anterior, sino también oportunos escenarios de encuentro para la reconciliación y reparación.

Baraya, ubicado al norte del Huila, es uno de los municipios con estas características. Su zona rural fue el centro de operaciones del frente 17 de las FARC-EP, y en tiempos de agudización de la confrontación (década del 2000) llegó a tener, en conjunto con Algeciras, más de 300 detenciones arbitrarias de forma masiva (Comisión de la Verdad, 2022). Esto permite afirmar que sus campesinos no solo fueron víctimas de las confrontaciones, sino que también sufrieron la estigmatización de las autoridades por el solo hecho de habitar una zona controlada por este actor armado.

Las y los integrantes de este frente de las FARC-EP, a partir de su dejación de armas en 2016 en el ETCR de Icononzo, deciden retornar a su territorios de origen o lugares en los que operaron antiguamente como guerrilla, puesto que de acuerdo con Laura, integrante de Cooagropaz, la zozobra generada por el asesinato de firmantes alrededor de estos espacios, sumado a la lentitud con la que avanzaron los proyectos productivos y la sensación de olvido por parte de la dirigencia política de la extinta guerrilla, hicieron que muchos de ellos abandonaran el ETCR. Paulatinamente, se ubicaron en territorios en los que se articularon con redes de apoyo familiares y comunitarias para construir paz, reconciliación y lograr un efectivo proceso de reincorporación, lo que implica una nueva lógica de reincorporación que, aunque en términos legales es individual, en términos prácticos continúa apostándole a lo comunitario.

De esta apuesta diferenciada en torno a la forma de entender la reincorporación comunitaria surgen esfuerzos organizativos orientados a la economía solidaria, a partir de proyectos productivos implementados por cooperativas como Cooagropaz en el Huila. Iniciativa que, desde su comité de mujeres, particularmente en Baraya, ha permitido reconocer algunos puntos de referencia orientados a la construcción de paz. Uno de ellos es que las y los integrantes de esta iniciativa, a pesar de haberse distanciado de los líderes exguerrilleros que los llevaron al acuerdo de paz, en sus procesos conjugan reincorporación y reparación para recuperar el tejido social.

Desde 2018, cuando se da la creación de la cooperativa, los 70 excombatientes que inician la organización reconocen la necesidad de que en este espacio se trabaje uniendo a campesinos, víctimas y excombatientes en función de un bien común, como estrategia de reparación en los territorios y desde los principios de la economía solidaria. Así lo describe Cristina:

Nosotros siempre hemos sido muy incluyentes, y más con las personas que nos aportaron tanto en el conflicto como ahora que también están de la mano de nosotros, que no nos echan a un lado ni hemos sentido esa estigmatización como lo han hecho algunas instituciones, pero entonces fue cuando empezamos a incluir campesinos, víctimas, la gente que nos apoyó y ahorita en este la cooperativa cuenta con 863 socios activos, entre ellos 190 mujeres. (Registro de campo, 23 de abril de 2022)

Esta se ha convertido en una oportunidad, tanto para excombatientes como para víctimas del conflicto, mujeres cabezas de familia, entre otros actores, para el fortalecimiento de lazos comunitarios y tejido social, dando forma así a la reparación y construcción de paz. La dimensión económica y su fortalecimiento desde el trabajo cooperativo y solidario ha sido la estrategia para facilitar diálogos improbables entre actores diversos, que se esperaría estén cargados de prejuicios unos contra otros. Así describe Milena lo que entiende por reparación:

Acá tenemos cinco [mujeres], ella es reincorporada, ella es víctima, la compañera de aquí es campesina, a lo que usted se refiere de qué significa reconciliación es trabajar, trabajar unidas, desde ahí aportamos un granito de arena para reparar, porque muchas veces, como ella decía, uno en el conflicto armado hizo daño, pero con el trabajo que estamos haciendo estamos reparando, con la víctima estamos reparando. Nosotros como campesinos, digamos, que fueron como la mayor parte afectada, porque nosotros los campesinos pusimos la gente para la guerra, nosotros, muchos de ellos [las víctimas] son campesinos, la mayoría, entonces ya como reincorporadas y las víctimas estamos aquí en unión, con eso también reparamos. (registro de campo, 23 de abril de 2022)

De este proceso se destaca el proyecto avícola, fundado por 52 mujeres en San Antonio de Anaconia en 2020. Este consiste en el cuidado de gallinas ponedoras para la producción y extracción de huevos que luego son comercializados. Posteriormente, este proyecto se replica en la vereda Río Blanco del municipio de Baraya, donde se encuentran asociadas 16 mujeres que adelantan la misma iniciativa de producción y comercialización de huevos de gallina. De estas experiencias surge el proceso organizativo de mujeres, que inicia como un comité al interior de la cooperativa y paulatinamente se ha venido transformando en Asoemancipadoras.

Que esta línea productiva no llegue y se estanque ahí. De que se pueda incrementar y que en un futuro no sean 300 gallinas sino 1.000, 2.000. Que ellas como línea productiva puedan complacer la demanda, bien sea con la gente de la zona o lo puedan sacar a los mercados campesinos o lo lleven a Neiva y no solamente quedarnos con la línea avícola sino pues. (Cristina, registro de campo, 29 de enero de 2022)

A partir de los aprendizajes generados con la implementación de proyecto avícola en San Antonio de Anaconia y la transformación de las materias primas generadas en el proyecto de ganadería multipropósito de Vegalarga, las mujeres deciden organizarse en una asociación diferenciada y de género, con una estructura organizativa que incluye presidenta, tesorera, secretaria general y suplentes encargadas de orientar las diferentes gestiones administrativas.

Se definen como “hijas de la cooperativa Cooagropaz” (Laura, registro de campo, 23.04.2022), pero se nombran como Aso-Emancipadoras, en procura de destacar que poseen una personería jurídica diferenciada, que les permite gestionar proyectos productivos por separado, pero que en la actualidad aún funcionan de manera conjunta con Cooagropaz. En este sentido, son las mujeres de Aso-Emancipadoras las encargadas de la transformación de las materias primas generadas en los proyectos productivos de Cooagropaz, agregándole valor a la producción agropecuaria que, sin estos procesos de transformación, muchas veces resulta en una escasa ganancia de venta.

Como asociación de mujeres orientada a la reincorporación, reconciliación y reparación en los territorios desde sus inicios han vinculado mujeres campesinas y víctimas, además de excombatientes; sin embargo, este no ha sido un proceso sencillo, la paz está minada de desconfianzas y conflictividades que se encargan de desincentivar el trabajo colectivo. Así lo narra Marcela:

La verdad nunca me decidí a entrar en un proyecto de estos, porque similar a un grupo que había allá en la Perlas, había como demasiado conflicto porque había unas mujeres que eran antiguas, las que conforman el grupo desde el principio, llegan las nuevas y no se sienten como integradas: “No, usted no ha trabajado”. Entonces ese problema también había en este grupo, que las más antiguas, las que conformaron el grupo desde unos principios, eran como con un egoísmo, como no, nosotras somos las que conocemos el grupo, nosotras tenemos más prioridad que ustedes porque ustedes llegaron después. (Registro de campo, 29 de enero de 2022)

Sin embargo, la persistencia en la reconciliación alienta a buscar caminos para, como dice Milena: “Trabajar unidas” y reconocerse como iguales en los dolores y experiencias causadas por la guerra y asumir que las diferencias en experiencia, estatus e incluso clase son propias de la diversidad humana, pero que al final lo que verdaderamente permite construir paz es justamente el reconocerse como humanas.

Que nosotros también somos seres humanos, que han pasado unas situaciones más difíciles de otras, pero, como decía acá mi compañera, que no nos discriminen, porque hay mucha gente que uno de pronto le va a pasar una hoja de vida y no, le discriminan porque fue víctima o fue exguerrillero o uno quiere pedir un préstamo para una casa, también, porque la sociedad como esa mentalidad de que si uno tuvo un pasado pesado no lo van a aceptar. (Laura, registro de campo, 23 de abril de 2022)

El sentimiento de discriminación o exclusión sería entonces un punto en común para las mujeres integrantes de la asociación y transformarlo sería su objetivo último para entender la paz como algo materializado, por lo que categorías como excombatiente, víctima, campesino e incluso mujer son tan solo alusiones a experiencias de vida, no clasificaciones para nombrar y clasificar actores. En este sentido, se destacan las tensiones asociadas al ser una organización de mujeres y ser leídas por otros como feministas, asunto que ellas encaran destacando que los objetivos de la asociación continúan teniendo como centralidad el fortalecimiento comunitario, tanto es así que la segunda experiencia de implementación del proyecto avícola en Río Blanco, en su funcionamiento, vincula a sus esposos, hijos y otros familiares, facilitando ahondar en dimensiones adicionales de la reconciliación.

Compartir con nuestra familia, estar al lado de nuestros hijos, que esto sí ha sido una etapa muy fundamental, muy bonita para nosotros, porque uno de pronto nunca pensó que tuviera ese valor de la vida, de tener uno los hijos al lado, y que también uno le causó ese sufrimiento a la familia y esa ha sido una forma para nosotros también reparar ese sufrimiento y buscar la forma de que algún día le perdonen a uno. (Cristina, registro de campo, 23 de abril de 2022)

El origen de Asoemancipadoras es principalmente estratégico, en tanto destacan la posibilidad de acceso a recursos que se proponen con una destinación exclusiva a mujeres. Sin embargo, su apuesta colectiva es cercana a los feminismos populares que se originan en organizaciones mixtas, puesto que su iniciativa procura la superación de condiciones de desigualdad y les da visibilidad como mujeres en tanto lideresas de un proceso organizativo y como constructoras de paz. Leer su proceso organizativo en clave de feminismos populares (Korol, 2016) implica destacar que no hay una ruptura o alejamiento de la organización mixta de la que surgieron; por el contrario, destacan el apoyo y acogida que la Cooperativa tuvo en su interés por visibilizar su trabajo y los diferentes roles que desarrollan. Podría plantearse, entonces, que no por ser una organización de mujeres, cercana a los feminismos populares, deban romper sus vínculos con los procesos comunitarios en los que surgieron, por el contrario, pueden fortalecerse.

Medellín: la paz con justicia social

Ciudades como Medellín también han sido receptoras de población fariana que se acogió a los Acuerdos de paz en el 2016. Según Forero (2020), en el Área Metropolitana del Valle de Aburrá residen 317 personas, y de estas 242 se concentran en la capital antioqueña. La ARN (2020) ha informado que, del total de población fariana que habita en Medellín, 168 son hombres y 74 son mujeres. Esta información permite evidenciar que el proceso de reincorporación a la vida civil no solo se realizó de manera colectiva bajo la figura de ETCR, sino que también existe la reincorporación individual, además de otras formas de organización denominadas en la actualidad como NAR (Nuevas Áreas de Reincorporación). Cabe señalar que esta última figura organizativa no estuvo contemplada por el Gobierno nacional como parte de lo previsto en el Acuerdo de Paz (Forero, 2020), pero aun así emerge como una práctica colectiva que aglutina tanto a las personas que han salido de los espacios territoriales como a otras que decidieron realizar su reincorporación por fuera de estos.

La reincorporación a la vida civil en las ciudades entraña una serie de dificultades que no se logran evidenciar en los ETCR. En Medellín, como ciudad capital de departamento, existe mayor probabilidad de que esta población no pueda conseguir un empleo digno, debido a que, en su mayoría, son personas adultas y sin experiencia laboral certificada; adicionalmente, por tratarse de una zona urbana, el acceso a alimentación depende casi exclusivamente de la compra de bienes y servicios, por lo que la seguridad alimentaria tampoco la encuentran garantizada, así como como el goce efectivo de otros derechos. En este contexto de dificultad ha emergido la figura de las NAR como una necesidad colectiva que ha permitido afrontar algunas de las situaciones vividas por la población fariana.

En el acercamiento a estas experiencias surge la narrativa de una mujer que realiza su proceso de reincorporación a la vida civil en Medellín, un territorio que la vio nacer y donde actualmente reconstruye su vida. Se trata de la experiencia de Amelia, una mujer de más de 40 años que militó en las FARC-EP por lo menos durante 20 años. Este dato se convierte en un aspecto significativo, pues como identificamos en el relato de la entrevistada, las nociones de paz están atravesadas por una experiencia de socialización política militar bastante larga, en la que existe un entendimiento de la importancia de la justicia social como principio político de la ideología fariana.

En la entrevista con Amelia, se logró descubrir que su compromiso con la causa guerrillera no solo está presente en el despliegue de prácticas pedagógicas y políticas durante el tiempo que estuvo militando, sino que también se manifiestan en el interés de negociar la paz con el Gobierno nacional. Esta transición hacia la paz que hace el grupo guerrillero, Amelia lo relata de la siguiente manera:

En el momento en que se dio la posibilidad de firmar el Acuerdo y de cambiar de vida, estuve totalmente de acuerdo y ahí pensé en la posibilidad de volver donde mi familia. En ese momento me quité mi método anticonceptivo y, otra vez, volví a pensar en la posibilidad de ser mamá, en la posibilidad de estudiar, en la posibilidad de hacer una vida diferente. (Comunicación personal, 18 de junio de 2021)

La transición hacia la paz está acompañada del deseo de “hacer una vida diferente”, y en este caso, Amelia señala que la maternidad es una posibilidad cuando se dan las bases para negociar con el grupo armado del cual hizo parte. También, aparecen proyectos de vida relacionados con estudiar y retornar a la familia de origen. Su relato inicia, dando prioridad a las expectativas y aspiraciones que la ausencia de confrontación permite a nivel individual.

La narrativa de Amelia permite evidenciar que en la construcción de paz territorial existe tanto una apuesta individual como un proyecto colectivo como comunidad fariana; en otras palabras, el proceso de reincorporación a la vida civil permite a las y los excombatientes construir las bases para su realización personal, sin olvidar la importancia del potencial que tiene lo colectivo en términos de la concreción de proyectos productivos, la participación en escenarios políticos como el Partido Comunes, entre otros espacios. Estos dos aspectos en la construcción de paz se desarrollarán a continuación.

En lo que respecta al proyecto de vida personal, Amelia está convencida de que la paz se construye con esfuerzo: “Nadie le va a dar uno nada a uno” todo es “trabajadito”, “rebuscadito”, “esforzadito”. Ella, no solo logró su sueño de ser madre, sino que también está estudiando psicología. Así, relata su experiencia educativa en Medellín:

Pero a mí nunca me ha gustado quedarme como quieta, apenas llegué a Medellín lo primero que hice fue presentarme al Sena, hice una técnica en asistente administrativo, bueno, terminé la técnica, hice las prácticas, me metí a estudiar Derecho (gracias a una beca que dieron en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia UNAD), no aguanté el primer semestre, me salí. Pero como yo en el 98’ hice un semestre de psicología, entonces resulta que yo, desde que volví entonces dije quiero estudiar psicología, ya yo tengo un semestre, entonces es por eso que me matriculé [a estudiar psicología en la UNAD]. (Comunicación personal, 18 de junio de 2021)

En lo que respecta a la apuesta colectiva, Amelia se ha vinculado a la comisión de género y al comité de ética, dos instancias que surgen al interior del Partido Comunes; también, está trabajando en el marco de la Jurisdicción Especial para la Paz y refiere otro espacio, igualmente importante, como lo es el Mercado de Mujeres Construyendo Paz, experiencias que se ampliarán a continuación.

En lo que tiene que ver con su experiencia en el comité de género, ella señala que estuvo muy activa hace tres años y que desde este espacio se realizaban talleres para concientizar tanto a hombres como mujeres de las violencias basadas en género. Este comité de género se vincula con las acciones que realiza en el Comité de ética, puesto que en esta instancia se traen a colación, entre otros asuntos, lo concerniente a denuncias de las excombatientes acerca de violencias recibidas por parte de sus parejas.

Así lo relata ella: “Yo estoy en la comisión de ética del partido y han llegado denuncias (...) de violencias basadas en género, con eso somos, digamos cortantes, somos estrictos… tenemos incluso un protocolo para las violencias de género” (Amelia, comunicación personal, 18 de junio de 2021). Sobre este tema, es enfática en decir que este tipo de casos llevan a que los miembros del Partido tomen decisiones al respecto, siempre y cuando, aclara ella:

Efectivamente se compruebe que había ese tipo de violencia, entonces para nosotras es fundamental eso y hemos tratado de llevarlo a la práctica, pero a nuestra forma, [es decir no pensamos que] los hombres sean nuestros enemigos, entonces yo creería que por eso hemos logrado hacernos entender. (Amelia, comunicación personal, 18 de junio de 2021)

De lo anterior, es importante destacar que la narrativa de Amelia va dando visos de una inconformidad ante las injusticias relacionadas con las violencias en contra de las mujeres excombatientes y, en este sentido, señala que este tipo de hechos generan que se cuestione el papel del partido Comunes como un partido que se construye también desde el feminismo. Como dice ella: “Si nosotros somos un partido feminista ¿qué estamos haciendo para prevenir todo este tipo de cosas? O, haber, por qué no tenemos un plan de contingencia o bueno si se presenta esto qué hacemos”. En este relato, se identifica un discurso feminista que tiene un compromiso de limitar este tipo de problemáticas; sin embargo, según Amelia, estos límites en ningún caso significan que “ellos sean nuestros enemigos”. Lo importante para la firmante de paz, es “incentivar a que las mujeres no nos quedemos calladas, porque de verdad que uno creería que porque son compañeros [que tienen] trayectoria de lucha, se supone que tienen una claridad” (Amelia, comunicación personal, 18 de junio de 2021).

Su narrativa está asociada a una práctica que tiene que ver con “la reivindicación de la mujer” y, por tanto, este objetivo ya está instalado en su quehacer cotidiano. Como dice ella: “No sería capaz de apartarme como de esta vida, porque pues yo hubiese querido quedarme en mi casa sin haberme vinculado nuevamente al partido, sin realizar algún tipo de actividad, como digamos social-comunitaria [pero no lo hice] yo quiero aportar” (Amelia, comunicación personal, 18 de junio de 2021). En este sentido, lo que nos deja entrever la entrevistada es que la paz no es solo un discurso, es una experiencia que está presente en los espacios de participación política, es una paz activa que está en su quehacer cotidiano. Y este compromiso no solo se materializa en los espacios que se generan al interior del partido Comunes, sino que también, como ella lo refiere, está presente en su vinculación a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). En este escenario ella ha tenido la experiencia de recoger los testimonios de las y los excombatientes relacionados con el aporte de la “verdad plena, detallada y exhaustiva, términos literales, en que digamos la JEP exige que sea el aporte de nosotros para no perder los beneficios”.

Así, esta narrativa permite relacionar la construcción de una paz territorial que pasa por el reconocimiento de los hechos victimizantes de una guerra atroz que dejó un sin número de consecuencias. La JEP se constituye en un escenario de memoria en el que como señala Amelia, se evidencia “el compromiso que tienen con la paz y la verdad”; sin embargo, este tipo de compromisos plasmados en el Acuerdo de paz implica para la comunidad fariana un desafío constante, puesto que “las víctimas no alcanzan a sentirse satisfechas con eso, entonces como que no se ha encontrado la manera de que ellas se sientan [reparadas]”, aunque los que han comparecido en esta instancia “reconozcan que han hecho daño, se han parado al frente de la víctima y han dicho: mira te pido perdón, eso no debió haber pasado” (Amelia, comunicación personal, 18 de junio de 2021).

Otro de los espacios colectivos que aglutina las aspiraciones de paz de las excombatientes, es el proyecto productivo “Mercado de Mujeres Construyendo Paz”[6], conformado inicialmente por un grupo de 32 mujeres provenientes de distintas regiones del país. Este proyecto productivo, según narra Amelia, permite comercializar los productos de los ETCR (café, miel, esencias florales, cerveza, huevos, entre otros) y también generar empleo para algunas mujeres excombatientes. De igual forma, según señala la representante de la Misión de Verificación de la ONU, Elizabeth Yarce (2020), este tipo de proyectos le apuestan a la participación activa de las mujeres en su proceso de reincorporación como un avance hacia su autonomía económica a través de la generación de lazos de solidaridad entre mujeres. Este proyecto productivo liderado por mujeres no es único que se está desarrollando en la ciudad, también se ha identificado la creación de la Asociación Medepaz, un espacio asociativo integrado por excombatientes que buscan otra alternativa de participación en la reincorporación. A partir del trabajo de sus líderes se propone el proyecto productivo Mujeres Origen, un emprendimiento de confecciones de ropa alusivas a la paz cuyo foco de interés es apoyar económicamente a 28 mujeres y a sus familias.

Lo cierto es que desde el testimonio de Amelia se identifica la convicción que tiene hacia la paz. Un proyecto que también está construyendo con su hija pequeña, puesto que para ella es muy importante enseñarle a luchar por las injusticias sociales; en sus palabras:

Quiero enseñarle a mi hija que tiene que luchar por lo que cree, por lo que tiene y por lo que le gusta, eh. Creería que como ella [está mirando lo que hacemos como] ir a marchas, ir a protestas, ir a reuniones, pues trataría de infundir en ella como todo ese tipo de cosas, de que no se puede quedar callada si ve una injusticia. Apenas empiece a procesar, ella tiene que saber quiénes fueron sus papás. (Amelia, comunicación personal, 18 de junio de 2021)

Discusión: Subjetividades políticas y construcción de paz territorial

El análisis de las experiencias de estas mujeres en sus procesos de reincorporación permite afirmar la emergencia de subjetividades políticas que desde prácticas cotidianas resignifican la paz. Sus concepciones parten de valorar como relevante la ausencia de confrontación armada (Ruiz Herrera & Huertas Díaz, 2019) y reconocen la necesidad de involucrar diferentes actores en su consolidación, a saber: Estado y sociedad civil.

El Estado, para ellas tiene que ver con una figura que siempre estuvo ausente en sus lugares de origen y que ahora en la reincorporación no es garante de sus derechos. Esto teniendo en cuenta que en sus territorios deben disputarse un lugar digno en el que puedan disfrutar de seguridad y sostenibilidad económica, asuntos que interpelan a los gobiernos de turno responsables de la implementación del Acuerdo. Además, destacan la configuración de subjetividades políticas caracterizadas por la denuncia constante acerca de sus condiciones de vida en contextos de pobreza.

Un segundo actor es la sociedad civil, representada en la población campesina y víctimas del conflicto armado. Las mujeres dan cuenta de la relevancia de la disposición de estos actores para reconstruir lazos sociales y reconocer la humanidad de quienes otrora incidieron en la confrontación armada. Las experiencias descritas muestran que estas mujeres actúan para favorecer luchas concretas relacionadas con la vida económica en zonas rurales y construyen espacios para trabajar conjuntamente.

El trabajo colectivo con otros actores visibiliza la participación comunitaria como una dimensión fundante de la paz, orientada a la reconciliación con las víctimas y la materialización de la justicia social. La importancia de lo comunitario radica en el reconocimiento de la humanidad de los diferentes actores involucrados. Asunto que, aunque no lo nombran como tal, pareciera vincular voluntades de compasión, empatía, entrega y comprensión. Lo anterior, teniendo en cuenta que, en la diversidad de actores y posiciones, la única posibilidad de convivencia posible está en la búsqueda de cadenas de equivalencias que permitan reconocer a aquellos que piensan contrario y con los que aun así se debe construir convivencia conjunta.

El análisis de estas narrativas amplía la noción de paz territorial que quedó plasmado en el Acuerdo de Paz y que parte de la idea de “territorios especiales que constituyen el espacio social y geográfico para la transformación integral [de la vida de los excombatientes, teniendo en cuenta] su dimensión territorial, en lo político, lo económico, lo social y cultural” (Jaramillo, 2015). Esto teniendo en cuenta que las narrativas no corresponden necesariamente a los territorios priorizados inicialmente por los acuerdos. Sin embargo, los territorios narrados conservan la característica de territorios especiales. Lo cual se hace evidente al comparar las particularidades de los poblados de paz, las ciudades intermedias y las grandes ciudades, ejemplificadas en los tres casos analizados. Esto permite afirmar que cada uno cuenta con necesidades, dinámicas y actores específicos que hacen a la especificidad de cada narrativa de construcción de paz.

A pesar del discurso de transformación integral manifestado en los acuerdos como una búsqueda y un anhelo, el mismo no se inserta del todo en las lógicas del contexto habitado y resignificado en las narrativas analizadas. Esto, teniendo en cuenta que las mujeres desarrollan distintas prácticas de índole político, económico, social y comunitario, de manera limitada y con escasos recursos. Por lo cual no tienen el impacto esperado en términos de garantizar el sustento económico para ellas y sus familias.

Así, es posible plantear, de la mano de autores como Pimienta et al. (2021) que el discurso promocional de paz territorial, enmarcado en las políticas gubernamentales, es incapaz de descifrar las realidades regionales y locales. Es más, un discurso vertical a nivel político que, sin embargo, en términos prácticos ha sido apropiado y resignificado, en este caso por mujeres excombatientes.

Estos territorios imaginados y construidos día a día por los actores sociales como escenarios de paz guardan relación con los aprendizajes, de socialización política-militar previa que se generó en los territorios ocupados por la guerrilla de las FARC-EP (Anctil-Avoine, 2017; Castaño Torres et al., 2020; Huertas Diaz et al., 2017). Los y las firmantes son portadores “de una condición político-territorial muy específica” (Haesbaert, 2013, p. 10), que les permite, en este caso a las mujeres, adquirir una conciencia frente a su rol en la vida civil y la importancia que tiene la participación en la reincorporación, principalmente, en los niveles político, económico y comunitario.

La construcción de paz territorial se caracteriza por contener una serie de significados asociados con sueños, expectativas, esperanzas de los actores involucrados. Pero también es el resultado de relaciones sociales de cooperación y de conflicto, que representan un cúmulo de prácticas que se configuran en el tiempo, en medio de dificultades y limitaciones. En otras palabras, los territorios de paz son espacios, apropiados por mujeres y hombres excombatientes y demás grupos sociales, que guardan una conexión con las lógicas conflictivas y de poder de la sociedad en general (Bautista-Bautista, 2017). Este último aspecto, es de relevancia para entender que la paz territorial está asociada con el poder y la reproducción de procesos sociales mediante el control del espacio (Haesbaert, 2013), asunto susceptible de profundizaciones posteriores.

Las subjetividades políticas que emergen producto de estas experiencias, más que etiquetarse como feministas o no, develan que en los procesos de reflexión, movilización y disputas por la vida digna estas mujeres avanzan a desenmascarar desigualdades económicas, territoriales y de género. Situación de la que no están exentas sus organizaciones, puesto que al participar de movimientos populares y poner especial interés en el lugar de las mujeres, indiscutiblemente se generan tensiones que develan la “reproducción de opresiones que hay en nuestras organizaciones revolucionarias” (Korol, 2016, p. 149). Es posible que sus experiencias de liderazgo y autorreconocimiento como mujeres constructoras de paz lleven en algún momento a problematizar dichas opresiones.

Si bien el discurso feminista es nombrado de manera tímida por la mayoría de las mujeres, cabe destacar que diferentes autoras (Acosta Rodríguez, 2019; Álvarez Cepeda, 2020; Anctil-Avoine, 2023; Sandoval et al., 2018) han señalado que los feminismos surgidos de las mujeres excombatientes se caracterizan por ser: insurgentes, revolucionarios y populares. Esta narrativa ha venido ganando terreno entre las entrevistadas, toda vez que se evidencia un interés, no solo de asociarse como mujeres desde sus particularidades y demandas, sino de plantear reflexiones sobre las violencias basadas en género, promoviendo espacios pedagógicos de prevención, financiados algunos por entidades de cooperación internacional.

Las experiencias descritas, bien sea rural o urbana, demarcan la emergencia de una subjetividad individual y colectiva en la que se despliega un conjunto de prácticas y sentidos proclives a la construcción de paz territorial, una paz que tiene un sello propio, pues involucra un conjunto de saberes, creencias, normas y valores aprendidos en la insurgencia, pero que se resignifican en la actualidad gracias a la interlocución permanente con nuevos actores. Así, la subjetividad, que en otrora podría nombrarse como guerrillera, ahora es reelaborada desde múltiples sentidos y experiencias, y desde la convicción de la importancia de construir un futuro posible para ellas, sus familias y comunidades.

Conclusiones

Las tres experiencias permiten evidenciar los avances en la implementación del Acuerdo de Paz; un discurso que cobra sentido en el despliegue de prácticas con un fuerte sentido político, económico y comunitario, y que está situado espacialmente. En lo que respecta al sentido político, la paz para las mujeres firmantes del acuerdo se enmarca en la construcción de una subjetividad que les permite entender que el territorio es un lugar de conquista y de disputa permanente frente a los derechos que, de entrada, no están garantizados por el Estado.

Esto es el legado que la guerra les dejó, pues vivieron de cerca la ausencia estatal, en zonas rurales del país, en las cuales se vieron en la necesidad de insertarse en la lógicas del conflicto armado como combatientes. De ahí que en sus narrativas el Estado aparezca como una entidad que debe garantizar derechos y al que demandan la implementación de lo pactado en el Acuerdo de Paz.

El sentido político de la paz, también se ve reflejado en la narrativa de la reparación de las víctimas del conflicto armado, como un lugar de memoria y en el que ellas tienen un papel importante, en tanto que la construcción de territorio se constituye en un escenario de encuentro para la reconciliación y reparación.

Este papel activo que tienen las mujeres en los territorios posibilita que generen prácticas económicas que, aunque no garantizan suplir todas sus necesidades, logran una mediana subsistencia, que se constituye muchas veces en la única estrategia que tienen ante los contextos de pobreza que enfrentan.

Las distintas iniciativas productivas que desarrollan permiten evidenciar que existe una formación colectiva importante aprendida desde la insurgencia y que en la actualidad les sirve para articularse no solo con población fariana, sino con diferentes actores de la sociedad civil.

Finalmente, el sentido comunitario de la paz actúa en las tres experiencias; es un lugar permanente en la cual se articulan sus prácticas con un fuerte sentido colectivo e identitario. Se constituye en un referente de memoria que les permite evidenciar que fueron parte de un movimiento guerrillero y que ahora hacen parte de un proyecto de paz territorial.

En este escenario de encuentro y conflicto, empiezan a identificarse como mujeres farianas y crean agrupaciones propias, que muchas veces han sido motivadas por proyectos de cooperación internacional que hacen convocatorias exclusivamente para proyectos de mujeres en los territorios. A partir de estos escenarios se insertan en las lógicas de lo que se ha denominado feminismo popular, muchas veces desde una actitud problematizadora y crítica que intenta oponerse a este discurso y, en otros casos, aceptándolo como parte de lo que hacen cotidianamente.

Aunque no sea de manera explícita, ellas construyen su propio feminismo, pero con otras palabras; palabras que proclaman la importancia de prevenir las violencias basadas en género y de luchar por una sociedad más justa, en la que se garanticen los derechos de las poblaciones más empobrecidas.

Referencias

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Notas

[1] “Trayectorias de construcción de ciudadanía en el proceso de reincorporación de mujeres excombatientes de las FARC-EP, desertoras adscritas a la ARN en Medellín y en proceso de reincorporación colectiva en La Carmelita-Putumayo, entre 2012-2017”; “Ciudadanías femeninas desde la insurgencia: una mirada desde el enfoque de género”; “Mujeres excombatientes de las FARC-EP y sus procesos de reincorporación. Una aproximación a las prácticas económicas y sociales que configuran escenarios posibles de paz, Fase I y II”; “Acompañamiento social a proyectos productivos rurales de excombatientes y víctimas en el marco de la implementación del acuerdo de paz en el Huila”; “Territorialidad, género y ciudadanía en el proceso reincorporación de mujeres excombatientes: El caso del ETCR Agua Bonita, Caquetá”. “Sexualidad y maternidad en mujeres firmantes de paz”. Este último financiado en 2023 por la Universidad Católica Luis Amigó, Medellín, Colombia.
[2] Estos son seudónimos que se utilizan para proteger su identidad.
[3] A partir de la Ley 975 de 2005 la reincorporación comunitaria se entiende como aquellas acciones realizadas por los reinsertados para sensibilizar respecto de la inconveniencia de vincularse a grupos armados. Estas eran de naturaleza voluntaria y eran lideradas desde programas educativos de la antigua Agencia Colombiana para Reintegración – ACR- como Mambrú no va a la guerra.
[4] Con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) entre el 2003 y 2006 se priorizó un modelo individual de reincorporación.
[5] Término utilizado por los habitantes de estas zonas para hacer énfasis en sus pretensiones de convertirse en Centros Poblados, reconocidos en el ordenamiento territorial de los municipios y que con el término paz, destacan la naturaleza de estos espacios, que surgen directamente asociados a la implementación de los acuerdos de paz.
[6] Proyecto productivo financiado por la Misión de Verificación de la ONU en Colombia y PNUD.
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