Artículos de Investigación

Prácticas de crianza reflexiva en familias contemporáneas

Reflective parenting practices in contemporary families

Ledy Maryory Bedoya Cardona
Universidad Católica Luis Amigó, Colombia
Ovidio Herrera Rivera
Universidad Católica Luis Amigó, Colombia

Prácticas de crianza reflexiva en familias contemporáneas

Revista Virtual Universidad Católica del Norte, núm. 76, pp. 59-91, 2025

Fundación Universitaria Católica del Norte

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Recepción: 19 Noviembre 2024

Aprobación: 25 Julio 2025

Resumen: La crianza ha sido un tema abordado de manera significativa por la psicología desde propuestas diversas, entre ellas las cognitivo-conductuales. Actualmente, emergen otros discursos relacionados con apuestas que reconocen los procesos de crianza como experiencias interpersonales con significados particulares. En esta investigación cualitativa, el objetivo fue analizar las prácticas de crianza reflexiva de 31 padres y madres de niños y niñas de Medellín y su área metropolitana, e identificar sus repercusiones prácticas en la cotidianidad familiar. Los resultados dan cuenta de disponibilidad, sintonía parental, y diálogo como prácticas en las que se reconoce a niños y niñas como interlocutores válidos. A manera de conclusión, la crianza reflexiva emerge como postura que orienta las acciones de manera coherente con los discursos que emergen sobre niños y niñas, lo cual hace parte de un paradigma emergente o el retorno a formas afectuosas de acompañar las infancias para responder de manera particular a sus necesidades, más allá de establecer pautas generalizadas.

Palabras clave: Crianza del niño, Proceso de comunicación, Relaciones intergeneracionales.

Abstract: Parenting has been a topic addressed extensively by psychology from various perspectives, including cognitive-behavioral approaches. Currently, other discourses are emerging that recognize parenting processes as interpersonal experiences with particular meanings. In this qualitative research, the objective was to analyze the reflective parenting practices of 31 parents of children in Medellín and its metropolitan area and to identify their practical repercussions on everyday family life. The results show availability, parental attunement, and dialogue as practices in which children are recognized as valid interlocutors. In conclusion, reflective parenting emerges as a stance that guides actions in a manner consistent with the discourses that emerge about children, which is part of an emerging paradigm or a return to affectionate ways of accompanying children in order to respond in a particular way to their needs, beyond establishing generalized guidelines.

Keywords: Child rearing, Communication process, Intergenerational relationships.

Introducción

La crianza como práctica humana, provista de complejidad, se concibe desde la relación entre creencias, pautas y prácticas que deberían estar distanciadas del castigo y el uso de la fuerza justificada en el ideal de corrección. Un trasegar en el que el acompañamiento es inherente.

Criar es acompañar y responder de manera consistente, armoniosa y responsable a las necesidades físicas y emocionales de los niños, como parte de un proceso de responsabilidad compartida que involucra principalmente a los padres y significativamente a los diversos actores de la sociedad (Bedoya Cardona et al., 2020, p. 140)

Más allá del ideal, las diversas realidades evidencian cómo, acorde a contextos y culturas, la crianza se vive de múltiples formas, avalando en numerosos casos el castigo o las prácticas impositivas como parte del legado de la dolorosa historia de la infancia, desprovista de derechos hasta apenas el siglo XX (Muñoz Gaviria & Ríos-Osorio, 2024).

Acorde al interés que suscita este tema, desde el 2017 el grupo de investigación Familia, Desarrollo y Calidad de Vida, de la Universidad Católica Luis Amigó, se ha interesado por conocer formas contemporáneas de acompañamiento en crianza, encontrando cada vez mayores discursos en torno a la importancia de la toma de consciencia en dichos procesos, lo que autores como Siegel y Hartzell (2017) han nombrado como parenting inside (crianza consciente) y otros como Pally (2018) han denominado crianza reflexiva. En el 2020, en alianza con el grupo interdisciplinar de estudios sociales y trayectos, de la Corporación Universitaria Minuto de Dios, se da comienzo a un proyecto investigativo para explorar el estado de los estudios sobre crianza reflexiva en Colombia, encontrando que la mayoría de las publicaciones frente al tema se encuentran en Estados Unidos y Europa, seguidos por países latinoamericanos como México, Chile y Brasil[1]. En Colombia, el énfasis temático se acerca con los estudios de Acosta Quiroz (2016) y Vargas et al (2016). Además, las investigaciones del Grupo de Salud Pública de la Universidad de Antioquia exploran la crianza reflexionada que emerge en la acción colectiva y en contextos particulares de vulnerabilidad (Castaño-Pineda et al, 2023). No obstante, no se encuentran otros desarrollos específicos sobre lo que se nombra como crianza reflexiva o consciente, pero sí producción en torno a la disciplina positiva y la crianza humanizada (Hernández & Sánchez, 2021; Posada et al, 2018; Ramírez, 2015; Zapata Garcés & Velásquez Viveros, 2018).

Ahora bien, el cuidado, acompañamiento y la protección que los grupos culturales y la sociedad dedican a sus niños[2], cobra fuerza al reconocer su incidencia en el desarrollo de la personalidad, la promoción de la salud, la prevención de los conflictos y la base de relaciones respetuosas (Gonzalez et al., 2023; Jin et al., 2023; Lecannelier, 2018). Al respecto, aumenta la veeduría en los temas del cuidado infantil, la prohibición del castigo físico y el lugar de los diversos actores sociales en una tarea tradicionalmente perteneciente a la esfera de lo privado, que poco a poco intenta calar en la consciencia de cada ciudadano, permeando creencias, en pro de la normalización del buen trato (Otálvaro Orrego, 2024). Este interés repercute en discursos emergentes que plantean la premura de la crianza llevada a cabo con consciencia, al servicio del ser, de las relaciones respetuosas, que trascienda el modelamiento, y cada vez menos adultocéntrica, al restar protagonismo a orientaciones conductistas que repercuten en buenos comportamientos y, en lugar de ello, avivando la esperanza de formas más coherentes de criar – creare[3] – de hacer nacer nuevos ciudadanos. Individuos, amados, respetados y conscientes, orientados a reproducir la experiencia de ser y crear.

En esta tarea, la familia continúa siendo el grupo social más influyente en el proceso de construcción de la personalidad en los nuevos miembros de la sociedad. A pesar de todas las transformaciones que ha presentado la familia, los vínculos tempranos con las figuras parentofiliales influyen sobre la conducta y los futuros patrones de relación interpersonal de niños y adolescentes. Convirtiéndose de esta manera los procesos de crianza, en la variable principal que ayuda a configurar los vínculos y el comportamiento prosocial de los hijos en el hogar y fuera de él (Bedoya Cardona et al., 2020; Bi et al., 2024; Mestre, 2014). De allí que los padres de hoy necesiten con perentoriedad ejercer sus procesos de cuidado y acompañamiento de manera consciente, tratando de entender que sus hijos tienen necesidades propias que deben ser correspondidas. El ritmo de vida agitado que promueve la sociedad de corte capitalista, la necesidad de que ambas figuras paternas laboren y las propias carencias que vivieron los progenitores en su desarrollo, disminuyen el tiempo y la calidad en los procesos de crianza, lo cual redunda en la aparición de diferentes trastornos emocionales y conductuales en los niños y adolescentes de hoy (Losada et al., 2024; Manuele et al., 2023; Ramírez, 2008).

Pese a lo anterior, pocas investigaciones se centran en describir cómo aquello que emerge como crianza reflexiva o consciente, es vivido en la cotidianidad de las familias, la forma en que padres y madres materializan en el día a día aquello de lo que los profesionales dan cuenta en sus disertaciones. Teniendo en cuenta estas razones, se ha planteado una pregunta por las prácticas de crianza reflexiva que implementan padres y madres con niños y niñas de la ciudad de Medellín y su área metropolitana, intentando, con la descripción de estas, contribuir a la visibilización de prácticas de crianza coherentes con el reconocimiento de niños y adolescentes como sujetos de derecho.

Marco teórico

La crianza, en relación con las prácticas y el comportamiento infantil, ha sido representativamente abordada a partir de los aportes de la psicología evolutiva, al reconocer aspectos como los estilos parentales (Baumrind, 1991; Maccoby & Martin, 1983; Youderian, 2023), y por la psicología cognitivo-conductual, desde propuestas interventivas (Eyberg et al., 2008; Sanders, 2012; Webster-Stratton & Reid, 2017). También, se encuentran propuestas desde enfoques integradores, como la de Kazdin (2008) que incluye el análisis de la conciencia emocional y la autorregulación para mejorar las prácticas disciplinarias y el vínculo afectivo. En las intervenciones de profesionales de las ciencias sociales y humanas “Las teorías cognitivo-conductuales son ampliamente reconocidas por psicólogos y también por algunos terapeutas familiares, quienes las consideran un fuerte cimiento en temas de crianza” (Bedoya & Herrera, 2021, p. 107).

Los estudios sobre crianza tejen discursos en relación con el cuidado (Marín-Rengifo & Uribe-Arango, 2017; Whitaker et al., 2020), las creencias (Infante & Martínez, 2016), los estilos (Delgado-Santamaría & Campodónico, 2024; Gallego Henao et al., 2019) y las prácticas parentales (Cucinella et al., 2024; Hernández-Quirama et al., 2019; Herrera Rivera et al., 2024; Tilano et al., 2018). En relación con estas últimas, Varela Londoño et al. (2019) plantean que, en el contexto latinoamericano, las investigaciones, además del factor cultural, dan cuenta de la importancia que revisten dichas prácticas en la personalidad de los hijos, la autoridad y la implementación de la norma, en relación con el ideal que padres y madres esperan moldear a través de sus actuaciones.

Desde la neurobiología interpersonal, Siegel y Hartzell (2017) consideran que los progenitores deben integrar las vivencias de sus procesos de crianza con las dificultades vividas en su propia niñez, para no repetir los patrones de comportamiento inadecuados que tuvieron con ellos sus padres; además, deben luchar por superar las preocupaciones de tipo económico y social que se les presentan a diario, para ejercer procesos de crianza conscientes y comprometidos. Estos estilos se pueden promover con lo que se denomina hoy en la literatura como crianza reflexiva, donde las figuras parentales encuentran necesario reflexionar sobre su rol y redefinir temporalmente formas de actuación, en garantía a la continuidad de cercanía afectiva y la disminución de rupturas en las relaciones paternofiliales (Tur Porcar, 2014).

Ahora bien, en relación con lo que se conoce como crianza reflexiva o consciente, planteamientos como los de Iskandar (2021) y Serrano (2021) toman fuerza en redes sociales, y coexisten con otras alocuciones de madres y profesionales que optan por opciones respetuosas de crianza, creando comunidades que a través del uso de la virtualidad se consolidan como redes de información y apoyo. Esta es solo una muestra de la forma en que en la actualidad se permean los discursos sobre el maternar y parternar, respondiendo a necesidades particulares. Autores como Lecannelier (2016, 2018, 2021), González (2013, 2019), Duncan et al. (2009), Jové (2006, 2009, 2018), Gaudencio (2016), Seitún y Di Bartolo (2019), Gutman (2018), Pally (2018), Siegel y Payne (2015, 2020), Siegel y Hartzell (2017) y Siegel (2016) presentan cada vez con mayor elocuencia la importancia de concebir la infancia y los procesos de crianza de manera más coherente con las particularidades de este momento de la vida, y consecuente con la necesidad de un mundo mejor.

Desde la mirada de los autores en mención, las prácticas de crianza reflexiva son entendidas como acciones que representan las creencias e intereses de los padres, y hacen parte del proceso de criar con el reconocimiento de lo que esto implica en la vida propia y de los hijos. Criar reflexivamente es asumir una postura consciente respecto a las de acompañar a los hijos, en las cuales el adulto (padre/madre o cuidador) frecuentemente piensa frente al tipo de acompañamiento que ofrece, y contrasta sus ideas con el desarrollo (físico, emocional, mental) y bienestar que él mismo y el niño experimentan. Involucra el reconocimiento de las propias emociones y las del hijo, ratifica validez de la cercanía física y emocional, la creatividad, el respeto y la disposición al cambio (Pally, 2018).

Ahora bien, respecto a la reflexión como característica fundamental, esta se entiende como un estado crítico y dinámico que involucra el análisis de las ideas, con el fin de actuar en consecuencia (Dewey, 1933); es decir, la posibilidad de volver sobre lo pensado, manteniendo un estado de duda que permite la revisión constante y las readaptaciones. Una práctica reflexiva, es entonces una acción consecuente con las ideas que sobre el deber ser de la crianza tienen los padres, y que se lleva a cabo en la particularidad de las familias en su dinámica interna; la cual, según plantean Viveros y Arias (2006), hace referencia a aspectos relacionales e interaccionales en la cotidianidad e involucra dimensiones como la “autoridad, normas, roles, comunicación, límites y uso del tiempo libre” (p. 6). Gallego Henao (2012), agrega que la dinámica familiar está mediada por encuentros subjetivos que incluyen la convivencia y regulan su funcionalidad; al respecto, Palacios y Sánchez (1996) complementan que está atravesada por espacios de colaboración, intercambio, poder y conflicto, mediados por la distribución de responsabilidades, participación y toma de decisiones en la cotidianidad familiar.

Acorde con lo anterior, en el contexto de las prácticas reflexivas en la crianza se encuentran dos conceptos fundamentales que permiten dimensionar la incidencia de las mismas en los procesos de desarrollo de niñas y niñas, y las relaciones respetuosas al interior de las familias. Dado que la postura de una crianza reflexiva promueve relaciones basadas en la empatía y la comprensión, en las que los roles son activos e interdependientes, se requiere de acompañamiento y escucha, aspectos complementarios que constituyen la base de un acompañamiento consciente. Estos conceptos se describen a continuación.

Escucha activa

Como aspecto común, los autores que escriben sobre el tema destacan la importancia del diálogo respetuoso y afectivo como eje transversal de los procesos de crianza. Al respecto, la escucha activa es entendida como un componente transversal, un acto de convivencia (Maturana, 2001), en tanto, más allá de recibir o dar información, poner la atención en lo que acontece al otro, es una forma de reconocerle en su legitimidad, ante la cual la diversidad es aceptada, porque también es válida. Este reconocimiento es la posibilidad de validar que los niños y niñas son sujetos en períodos cualitativamente diferenciados de la adultez, en los que sus emociones, pensamientos, deseos y expresiones tienen lugar en el espacio de la vida familiar y social. Escuchar,

Es una actividad natural y activa que supone la capacidad de recibir, entender, interpretar y responder a los mensajes (verbales y no verbales) del interlocutor. Es una tarea ardua y una compleja operación psicológica, en la que muchas veces se puede llegar a perder la concentración. (Cova, 2012, p. 129)

Por lo anterior, es preciso aclarar que la escucha activa, a diferencia de la capacidad sensorial (oír), implica un proceso en el que debe existir la comprensión, la construcción de significado (De Sánchez, 1995; Pearce, 2005) y sentido dentro del marco contextual de quien escucha. De este modo, se entiende implícita una relación en la cual existe correspondencia, interacción y respuesta, en lo que ha sido descrito, por autores como Pearce y Cronen (1980) y Maturana (2001), como un manejo coordinado de significados, o un lenguajear en el que la reciprocidad es inherente.

Desde esta perspectiva, la escucha activa es un predispositor al diálogo que se alimenta del interés por lo que acontece al interlocutor, que permite crear espacios de expresión que se perciben seguros porque disminuyen el riesgo a la imposición y el juicio, por lo cual se encuentra en sintonía con prácticas parentales en las que no existen jerarquías rígidas, y el amor, como emoción fundamental permea todas las dimensiones de la familia, promoviendo la satisfacción de necesidades relacionales como la validación, autodefinición, la confirmación de la experiencia personal, entre otras (Erskine & Trautmann, 1996).

Acompañamiento

En el contexto de la crianza, este concepto se refiere a un proceso que implica reciprocidad, empatía y respeto. Hacer parte en la vida de los hijos a través de la presencia plena, entendida como el acto consciente de centrar la atención en el mundo interno de los hijos, para lo cual es necesaria apertura y comprensión. El concepto de consciencia plena o mindfulness, es atribuido a la práctica budista, técnica oriental ancestral en la que es considerada una facultad espiritual que conduce a la iluminación, y como campo de investigación ha tenido un avance importante con un interés exponencial desde los años 90, especialmente desde la medicina, e incorporándose al campo de las neurociencias y las ciencias sociales. En esta, se hace referencia a la atención sostenida y un estado avanzado de experiencia o sabiduría que surge en condiciones especiales (Williams & Kabat-Zinn, 2011).

Autores como Siegel (2010), lo llevan al contexto de la crianza al considerar su influencia en el bienestar físico, psicológico y social de las personas, lo cual es posible al centrar su atención en el presente, desarrollando habilidades atencionales que permiten fortalecer los vínculos emocionales entre padres e hijos. Otros autores, como Jaramillo y Palacio (2019), sostienen que acompañar a los hijos resulta decisivo en el proceso de crianza, en tanto, niños y niñas pueden obtener resultados satisfactorios en su desarrollo integral, y favorecer los procesos relacionales. Así, “Un niño al que se le brinda la atención necesaria es un niño que es seguro de sí mismo” (p. 28). De acuerdo con Maslow (1943), este acompañamiento debe ser óptimo, cotidiano y fundamental, en el cual, “surgen las necesidades de estima que refieren a la autoestima, el reconocimiento hacia la persona, el logro particular y el respeto hacia los demás” (p. 2).

En este contexto, también es posible hablar del acompañamiento profesional, en el cual, quienes ofrecen atención a personas y familias, generan procesos empáticos y vinculantes que trascienden las perspectivas teóricas y metodológicas, al otorgar protagonismo a las dinámicas de vida, y relatos vistos con potencial en los procesos de transformación social y cultural. De acuerdo con Viveros Chavarría et al. (2018), el acompañamiento profesional es visto como un proceso, “se comprende como el conjunto sucesivo de momentos, fases, pasos, que de una manera sistemática y flexible se llevan a cabo con las personas, la familia, la comunidad” (p. 60). Los autores incluyen la idea de estar ahí, facilitar una actitud crítica, analizar, y comprender las dinámicas de vida, para un proceso de cambio en el que se refuerzan aspectos constructivos.

Método

El artículo se derivó de la investigación vivencias de crianza reflexiva de padres y madres con niños y niñas entre 2 y 13 años, en la ciudad de Medellín y el área metropolitana en el 2021. La investigación fue de corte fenomenológico-interpretativo. Este enfoque permitió describir e interpretar las experiencias de vida de las familias y las características de sus prácticas de crianza (Fuster Guillen, 2019). A través de la fenomenología se comprende el sentido de la realidad de las personas y el significado de sus experiencias, para lo cual es importante que el investigador deje de lado supuestos previos y pueda acercarse al fenómeno, lo que puede ser logrado a través del encuentro intersubjetivo y el análisis de las descripciones sobre sobre la vida (Husserl, 1913/2002). En sintonía, se articuló el análisis de contenido, como metodología transversal que facilitó la extracción de unidades de significado relevantes a partir de los relatos, la interpretación de los discursos, conexiones y perspectivas, para una comprensión más integral y profunda de las prácticas investigadas (Ruiz Silva, 2004). Al respecto, Duque y Aristizábal Díaz Granados (2019) plantean que, el valor experiencial atribuido a las prácticas reflexivas dota de sentido la investigación, en correspondencia con su objetivo específico de describir dichas prácticas. Lo que se denomina reflexivo, es un atributo que las mismas familias confieren a su forma de criar.

Participantes: se vincularon dos investigadores del grupo Familia, desarrollo y calidad de vida de la Universidad Católica Luis Amigó, y un graduado en desarrollo familiar, un estudiante en calidad de auxiliar de la misma universidad y una psicóloga externa. El proceso investigativo vinculó información de 31 padres y madres, con niños y niñas entre los 2 y 13 años, quienes aceptaron hacer parte del proceso mediante consentimiento informado, en el cual se advirtieron riesgos de afectaciones mínimas. Características: 23 de las participantes son madres, 8 padres, entre los 29 y 50 años; 22 de ellos casados, 7 en unión libre, 1 separado, 1 viudo. Nivel académico: 30 de ellos presentan estudios universitarios, solo uno estudios técnicos; 15 trabajan de manera independiente, 12 son empleados, 3 se dedican al cuidado del hogar y 1 desempleado. La mayoría de los participantes (12) se ubican en el estrato 4, seguidos del 3 (9), del 5 (6) y del 2 (4). La tipología de mayor prevalencia es la nuclear (26), seguida de la monoparental (2), la extensa (2) y simultánea (1). Criterios de inclusión: vivir en la ciudad de Medellín o área metropolitana, tener un hijo en el rango de edad definida en el estudio. Se utilizó el método bola de nieve para explorar posibles familias participantes, con apoyo de profesionales psicosociales. Atributos de estratificación social como edad, sexo o género, etnia o cultura no fueron tenidos en cuenta, en tanto no afectan los objetivos del estudio.

Procedimiento: El proceso incluyó las siguientes fases: Fase 1: Elaboración del guion de entrevista, validado por el equipo de trabajo, y un profesional externo psicosocial, experto en el tema, con la única recomendación de que las preguntas fueran cortas y precisas. El estudio uso la entrevista semiestructurada. El instrumento relacionó preguntas de las categorías de estudio: a) Prácticas de la crianza reflexiva: preguntas relacionadas con su implementación; b) Dinámica familiar: relacionadas con comunicación familiar, acompañamiento parental, disciplina, autonomía, roles, entre otros. A propósito, el guion incluyó preguntas como estás:

¿Para usted que es la crianza reflexiva o consciente?, ¿qué diferencia la crianza reflexiva de otras?, ¿cómo implementan o viven en casa la experiencia de una disciplina reflexiva?, ¿cuál ha sido su experiencia de comunicación reflexiva con sus hijos?, ¿qué la hace reflexiva? ¿Quiénes lo apoyan en la crianza y de qué manera? (Herrera Rivera et al., 2024, p. 166)

Cada entrevista tuvo una duración promedio de 30 a 45 minutos. Fase 2: Transcripción y codificación de información. Se vinculó el Software Atlas Ti versión 9, para agrupar la información y establecer correspondencia con los objetivos en una matriz inicial. En relación con las descripciones de las prácticas reflexivas, después de agrupar y reagrupar ideas se identifican como categorías: acompañar y dialogar, y como subcategorías: disponibilidad y sintonía parental, escuchar, preguntar y disculparse. Se identificaron otras ideas emergentes como el cuidado y el afecto, las cuales se consideran trasversales. Fase 3: Análisis. El proceso incluyó mapas de contenido y matrices que facilitaron el análisis de información, especialmente entre las categorías y subcategorías resultantes. Fase 4: Escritura de resultados y conclusiones del estudio. Los criterios de rigor se soportan en: la triangulación de la información entre entrevistados, teorías y perspectivas de investigadores, el proceso de saturación a partir de la revisión de testimonios, y la consistencia analítica en detrimento de posibles sesgos.

Resultados

Lo hallado en esta investigación da cuenta de prácticas reflexivas de padres y madres en etapas de la adultez media, lo cual se puede relacionar con cierto nivel de madurez emocional, y mayor predisposición positiva frente a la crianza. Por otro lado, es una característica general el nivel académico, lo cual puede sugerir, de manera similar al estudio de Abdala (2019), cierta injerencia en el desarrollo de la capacidad reflexiva o de posturas más críticas frente a la misma. Se destaca que, la mayoría de los participantes ejerce una crianza compartida, representada en tiempos de cuidado a los hijos, aun cuando ambos trabajan. Lo que da cuenta de la necesidad de acuerdos y redistribuciones en las tareas del hogar, condición particular de las sociedades actuales. Aunque estas ideas no son generalizables, proveen pistas acerca del comportamiento de familias que entienden y acompañan la crianza mediada por procesos reflexivos. Aunque en menor medida, también los datos dan cuenta de la diversidad representada en familias y procesos de crianza, en las cuales algunas comparten cuidados con los abuelos y conservan tipologías variadas. Un poco más de la mitad de los participantes recibe apoyo externo en relación con la crianza, lo que amplía las posibilidades de replanteamientos y reflexiones.

Entre las prácticas compartidas por los participantes, aunque son variadas las actividades y rutinas que hacen parte de los estilos y dinámicas familiares, cobran relevancia aquellas acciones particulares, que son implementadas para proveer el cuidado y la satisfacción de las necesidades de los hijos. Estas han sido agrupadas en dos categorías, que, articuladas entre sí, dan sentido a lo que estos padres y madres refieren como formas de ejercer la crianza reflexiva.

Acompañamiento[4]

En palabras de los participantes, el acompañamiento implica disponibilidad y cercanía. Varía dependiendo de la edad, especialmente en la implementación de rutinas, lo que se hace o se deja de hacer, pero aclaran que debe ser una condición incluso hasta la adolescencia. Los participantes afirman que se hace desde el respeto por la individualidad, “no es salvarlos, es acompañarlos y dejar que vivan experiencias y se hagan cargo” (M, 40-50). De manera similar, otros destacan la necesidad de hacer presencia a través de la compañía para conocer el mundo interior de los hijos, estar ahí para ellos cuando lo necesiten, para consolar, orientar y motivar. “El principal compromiso es conocer muy bien la vida interior de los niños, ¿cierto?, sus gustos, creencias, también sus miedos, sus resistencias (…) yo [trato] de motivarla, de acompañarla y decirle en todo momento que ella tiene la capacidad” (P, 40-50). Además de la presencia que implica cercanía, contacto emocional e interés, el acompañamiento también es validado como una práctica amorosa, una forma de expresar el afecto por medio del involucramiento en la vida de los niños. Jugar, pintar, dibujar, armar, ver videos, descansar juntos; “todo el tiempo estamos al cuidado de nuestra hija, tenemos momentos puntuales para compartir más, como una película, cenar juntos, acompañarla a dormir y esto es un espacio muy importante y valioso” (M, 40-50).

En el reconocimiento del acompañamiento como condición necesaria para la crianza se destacan dos subcategorías: disponibilidad y sintonía parental: la primera implica, como se refleja en los testimonios anteriores, la posibilidad de que los padres respondan de manera oportuna a una necesidad, y la segunda a que dicha respuesta sea coherente con lo que se requiere; “tener esa posibilidad de yo estar en ese acompañamiento con ella, verla crecer, enseñarle a comer, a bañar, acompañarla a que aprenda todas esas cosas”(M, 29- 39). “Emiliano es muy esporádico cuando hace una rabieta, y ya hemos aprendido a acompañarle esa rabieta y a identificar su necesidad” (M, 29- 39). Disponibilidad y sintonía parental son posturas que requieren conexión empática para una interacción cercana. Estos asuntos trascienden, aunque se relacionan con lo que algunos pueden llamar tiempo de calidad.

El cuidado emerge como un asunto transversal que hace parte de las tareas sencillas, en la forma de actuar, mirar, hablar, expresar las emociones, plantear los límites, promover la autonomía. Así, la mayoría de los participantes reconocen que sus acciones, lenguaje verbal y no verbal tendrá un impacto en sus hijos. De manera similar, identifican que son afectados con lo que a ellos acontece; son procesos bidireccionales, aunque con marcadas diferencias. El mundo de los adultos, y el mundo de los niños en interacción, generando una nueva conjunción: vivir la crianza, lo que propone la reflexividad.

Diálogo

Compañero imprescindible de las actividades cotidianas. Cada acción lleva consigo una explicación, pregunta o respuesta como parte de la dinámica familiar. Al mencionarlo, padres y madres coinciden en afirmar que debe ser diferenciado y sincero, que depende de la edad de cada hijo. La sinceridad permite explorar los sentimientos de los hijos, y a la vez hablar con ellos de los propios. Además, se vive en varios subsistemas simultáneamente: entre padres e hijos, padres y hermanos. El diálogo familiar incluye a otras personas como los abuelos y/o cuidadores (poco presentes en los hallazgos de esta investigación). “El diálogo debe tener siempre un principal elemento, entender que para dialogar es importante el reconocimiento del otro” (M, 40-50).

Dialogar, en palabras de los entrevistados, va más allá del intercambio de palabras y conversaciones comunes. ¿Cómo te fue en el colegio?, ¿Por qué no quieres jugar? Estas son consideradas preguntas triviales que los niños suelen responder de manera puntual: bien, mal, no sé. Para los padres que consideran implementar prácticas reflexivas, las preguntas deben orientarse de forma diferente, preguntas abiertas, explicaciones cortas, invitaciones que correspondan a un mayor interés por lo que el niño-niña experimenta, acompañadas de un lenguaje no verbal coherente, sin imposiciones, sin amenazar, sin herir. Aunque se plantea que es importante hablarles desde la gestación, el lenguaje empleado debe ajustarse al momento evolutivo; “El lenguaje sencillo es que yo me ponga a la altura del niño, si yo tengo un niño pequeño, entonces ponerme a la altura del niño, y hablarle de una forma sencilla y clara para que él me entienda” (M. 40- 50).

En estos resultados, las conversaciones se amplían a los sentimientos, temores, proyectos, y el fortalecimiento de la confianza; factores importantes para cimentar relaciones. No solo conversaciones basadas en actos disciplinarios, más bien un interés genuino por confirmar el estado de bienestar o malestar en el otro “¿Cómo vas, estás bien? ¡Sí mami, estoy bien! Lo veo, uno conoce a los hijos, uno sabe cuándo les pasa algo, bueno (…) papi ¿qué fue lo que pasó? Ahh mami mira el problema que tengo” (M, 29- 39); “Mucha confianza, nos contamos muchas cosas (…) ¡papá, necesito contarte algo como hombre! Trato de hablar mucho con él, yo soy muy joven y él está muy joven, tiene ocho años, es muy válido compartir todas esas experiencias” (P, 29- 39).

En este aspecto, emergen como subcategorías del diálogo: la posibilidad de escuchar – preguntar y el disculparse. Respecto a la primera, padres y madres coinciden al afirmar que para establecer conversaciones fluidas es necesario saber preguntar. Orientarlos a la reflexión para que el mismo hecho de preguntar funcione como recurso posibilitador de cambios. “una comunicación reflexiva, yo trato de no imponerle las cosas a [hija] que tiene 10 años, ir un poquito más allá” (P, 40-50). Estas preguntas se reconocen en doble vía, tanto las que se hacen a los hijos como las que los hijos les hacen y la disposición a responder; “cómo actuar en momentos de ciertas preguntas que nos ha causado como (…) ¡ay!, ¿pensémonos qué vamos a responder, cierto? y ha sido como un proceso muy bonito de construir familia” (M, 20-30); “De acuerdo a una edad empiezan a haber preguntas y hay que estar preparado para responderlas” (M, 29- 39).

Frente a la forma en que se realizan estas implementaciones, los participantes dan cuenta de la posibilidad de hacer preguntas para que el otro reflexione. ¿Para qué?, ¿por qué?, ¿a raíz de qué?, implementar reuniones familiares, conversar a modo de resumen de lo que sucede en el día, poner ejemplos y relacionar la forma en que otros se pueden sentir en diferentes situaciones y especialmente mantener una postura curiosa. Un aspecto relevante es el hecho de que las preguntas también se direccionan en una tercera vía: la interrogación a sí mismo.

[La crianza], la hace reflexiva el poder en un momento cotidiano al encontrar que mis hijos hacen algo que a primera vista me parece que no corresponde, poder pausarme, escuchar lo que estoy interpretando y darle lugar a la pregunta ¿Qué es lo que verdaderamente me molesta? ¿Qué está sintiendo mi hijo, que le molestó? (M, 40-50)

La posibilidad de disculparse, pedir perdón, se sitúan como atributos de los diálogos reflexivos. En estos, se identifican relaciones respetuosas en las cuales las acciones no están guiadas por el temor a perder la autoridad, dado que, si bien la disciplina es un asunto presente para padres y madres, no es un aspecto central en el cual se soporte la crianza. “Me equivoqué y le dije: hijo no, la mamá no debe llegar a ese punto, te pido disculpas” (M, 29-39); “Hay momentos en los que yo sé que mis razones son responsabilidad mía, yo soy el adulto y cuando sé que le subí el tono o fui hiriente en alguna expresión, le pido disculpas” (P, 40-50). Reconocer el error es validado como posibilidad de enseñar por medio del ejemplo.

Vinculado a ejercicios auto reflexivos, padres y madres reconocen que, en el proceso de crianza cometen errores constantes y generan impactos negativos en la vida de los hijos. Sin embargo, ven en el perdón la posibilidad de resarcir y enseñar, como parte del proceso de confianza que intentan construir con ellos. Al respecto, no temen ser señalados por sus hijos, por el contrario, consideran una ventaja el evidenciar su humanidad, sin que esto se convierta en el común denominador de sus actos. Se identifica además el amor como un aspecto transversal, entendido como un deber, un deseo, y el fundamento de todas sus acciones: “Nosotros nos cuidamos mucho, entre nosotros tres nos cuidamos muchísimo “(M, 40-50); “Ese amor que uno les puede brindar, yo creo que es lo más importante, que ellos recuerden esa niñez y esa parte de su vida, una época muy feliz” (P, 40-50).

Discusión

Cultivar momentos. El aquí y ahora en la crianza

“Es tan lindo saber que usted existe, uno se siente vivo” (Benedetti, 1956)

De manera similar a la forma en que se encuentran definiciones de la palabra acompañar como “juntarse con otros” o “existir simultáneamente” (Real Academia Española [RAE], 2021), el involucramiento de los padres y madres en la crianza tiene matices diferentes. Permanecer junto a alguien no es garantía de un acompañamiento efectivo, y el hecho de que lo sea tampoco se basa en condiciones físicas de bienestar. Este concepto es tan profundo como el tema mismo del cuidado. Como lo afirma Tsabary (2015), el reto más importante es el “establecimiento de un estilo parental efectivo (…) una presencia comprometida” (p. 13). Esta, también ha sido referida por autores como Siegel y Hartzell (2017) como un estado de consciencia y conexión, que se relaciona directamente con el deseo de paternar o maternar.

El acompañamiento para padres y madres que dicen ejercer una crianza reflexiva, representa una forma de estar presente en la vida de sus hijos, garantizándoles cuidado, protección, y afecto. Este implica responder de manera amorosa y efectiva a sus necesidades, teniendo presente las diferencias del momento de vida en que se encuentren, el desarrollo de su personalidad y la capacidad que tienen de forjar y expresar sus propias expectativas. El establecimiento de un estilo parental efectivo resulta ser el reto más complejo, dado que implica reconocer al otro y encontrar maneras de construir vínculos cercanos. A diferencia de otras formas de ejercer la crianza, la disciplina debe surgir en un ámbito de consciencia, para no resultar ineficaz (Tsabary, 2015).

No es solo estar junto, es existir en la vida del otro, conectar con la experiencia emocional y permitir que, a partir de esta, el niño-niña pueda experimentar la “seguridad, estabilidad, predictibilidad, exclusividad y el compromiso” (Lecannelier, 2016, p.15). Vivido de este modo, el acompañamiento es la práctica más genuina de la crianza reflexiva, dado que abarca todas las demás. Este acompañamiento del que dan cuenta los hallazgos coincide con planteamientos de autores como Pally (2018) y Siegel y Payne (2020) en los cuales se destaca la importancia de estar presentes en la vida de los hijos, y construir un vínculo que permita dar respuestas coherentes a sus necesidades. De esta manera,

Cada aspecto de la crianza reflexiva está dirigido a la construcción de una relación sólida con tu hijo. Según neurocientíficos esto se debe a que los niños aprenden y funcionan mejor solamente en el contexto de una relación sólida con la persona o las personas que cuidan de ellos. (Siegel & Payne, 2020, p. 28)

Esto no significa limitar la autonomía, el esparcimiento o el encuentro con otros en diversos escenarios, más bien se relaciona con las respuestas a cada necesidad. Por ejemplo, no será igual la forma de hacer presencia en la vida de un hijo de 5 meses, que en la vida de un hijo de 12 años; lo que inclina la mirada al reconocimiento de las características neurobiológicas de los niños en relación con las condiciones familiares, culturales, sociales y el entramado de relaciones que allí se tejen. Este aspecto que da cuenta de la complejidad del proceso de criar. Aunque la tarea sea demandante, las circunstancias cambian, y existe la posibilidad de la pausa “Nosotras las mamás también necesitamos otros espacios, que psicológicamente es sano para nosotras, y el niño también necesita otros espacios con otras personas” (M, 29-39). En la implementación de una crianza reflexiva, se invita al equilibrio que permita hacer presencia, a la vez que se comprende que no es posible ser perfectos.

La disponibilidad se presenta como una de las formas de saber/sentir que el otro existe. “Pudimos estar muy al pendiente de ella en todo su proceso de desarrollo” (M, 40-50). Como lo plantea Tur Porcar (2014), al referirse a la “monitorización parental” (pp. 189-190), el conocimiento de los hijos como parte del proceso de interacción relacional requiere esfuerzos por conocer sus actividades y compañías, interés por sus preocupaciones. Especialmente en los momentos de transición a la adolescencia cobra relevancia; sin embargo, puede retomarse como una forma de hacer seguimiento, no desde el control, sino desde la posibilidad de acceder y de que ellos accedan a sus padres cuando lo necesiten como parte de una interacción fluida y natural mediada por el afecto. El hecho de reconocer esta posibilidad como parte de una interacción natural, permite considerar los contratiempos de la cotidianidad. Se trata de una actitud que indica puedes contar conmigo, en medio de las ocupaciones y responsabilidades; “uno no siempre está dispuesto y disponible emocionalmente para que los hijos sean abiertos y sinceros con uno, sino que muchas veces uno simplemente es, y luego uno ya tiene que ir ajustando” (P, 40-59). Como lo plantea este padre, las prácticas de la crianza reflexiva no se refieren a perfeccionamientos, sino a reconocimientos. Los padres y madres suelen ser menos impulsivos y aprenden a incorporar estrategias que les permiten hacer pausas, analizar consecuencias e implementar cambios. Aquí juega un papel importante la sensibilidad que se conecta con la segunda característica del acompañamiento: la sintonía parental.

Plantean Siegel y Hartzell (2017) que “para poder sentirnos sentidos tenemos que sintonizar con las emociones primarias de los demás” (p. 99). Esto implica que, en implementaciones conscientes, padres y madres se mueven en un proceso de comprensión de sí mismos y de los hijos, resuenan con las experiencias de estos últimos y establecen conexiones empáticas, que son percibidas y permiten sentirse acompañados. Es una forma de presentar la importancia de conexión con los hijos, reflejada en los procesos comunicativos; “La resonancia solo ocurre cuando alineamos nuestros respectivos estados emocionales primarios a través del intercambio de señales no - verbales. Incluso si estamos separados físicamente de la otra persona, es posible seguir sintiendo las reverberaciones de la comunicación resonante” (Siegel & Hartzell, 2017, p. 99). Al respecto, padres y madres consideran que, para establecer relaciones cercanas con los hijos, es necesario conocerlos, conectarse con sus vivencias, resonar con ellos, lo cual es posible por medio de actividades cotidianas como la lectura de cuentos, el colecho, la lactancia, las comidas compartidas, películas en familia, abrazos, tareas, entre otras: “Ellos saben que a sus papás les importan y que no los van a dejar solos, que los acompañan en el sentimiento, en la sensación” (M, 29-39). Estas ideas coinciden con lo expresado por autores como León (2020), al referirse a la inteligencia emocional de los padres, y Tsabary (2015) al hablar de la empatía y alineación de sentimientos con los hijos.

Sin importar si se trata de actividades sencillas o complejas, lo que cobra valor es el interés por involucrarse en el mundo infantil. “Prestar atención, mentalizar y automentalizar lo que hacen es generar la actitud mental de respeto hacia el niño, para posteriormente poder realizar acciones que permitan que él se sienta seguro, contenido y regulado” (Lecannelier, 2016, p. 31). En este tipo de acompañamientos la crianza se asume desde un lugar consciente, lo cual es posible a través de la interacción con otros padres, la pertenencia a grupos de apoyo, la lectura y otra serie de recursos; “Yo tengo un staff de profesionales para poder preguntar todo, entonces cuando tuve dificultades me pareció importante la humildad de pedir ayuda, buscar, preguntar (M, 29-39).

Conexiones. El poder del diálogo

Viveros (2019), al retomar a Gadamer, señala que el diálogo implica la disposición de escucha y el “reconocimiento de la opinión del otro como un acto de razón” (p. 352). De este modo ha sido planteada, por los participantes de esta investigación, la posibilidad de reconocer a niños y niñas como interlocutores legítimos, que tienen algo que decir frente a lo que acontece en sus vidas y en las dinámicas de sus familias. Así, en diferentes momentos del día, padres e hijos dialogan poniendo en la escena de la conversación sus sentimientos, impresiones, inquietudes, e incluso cuestionamientos frente a lo que les ocurre. Para autores como Maturana y Verden-Zöller (2003), la conversación es un proceso esencial de la vida humana, en el que se entrelazan deseos, prácticas y emociones. Conversar cumple la función de crear y recrear las realidades sociales en las que existen los sujetos con sus modos particulares de pensamiento.

Aunque es posible advertir que existen momentos de conversación trivial y reproches, el diálogo es un recurso que permite experimentar la reflexividad valorada por los padres; “Por lo general cada que hay molestias, emociones negativas o actitudes incomprensibles trato de direccionar al diálogo” (M, 18-28). De manera similar coexiste entre los diferentes sistemas relacionales, “tengo que decir que para lograr eso, tiene que haber una construcción de diálogos entre los papás, que tengamos conocimiento de que vamos en la misma vía en ese proceso de crianza” (M, 40-50). Es una apuesta por el encuentro de distintas lógicas: el pensamiento adulto y el infantil. Alfonso Amaro et al. (2020) plantean que: “La compatibilidad entre los miembros de la familia, el respeto, la aceptación y la unificación de criterios es requisito indispensable para dialogar con éxito en pos de una educación integral desde los primeros años de vida” (p. 173).

Esa unificación debe interpretarse como el acuerdo que nace de la diferencia y el reconocimiento. Un paso importante para dialogar con los niños sería reconocer que se encuentran en un momento particularmente diferenciado al de los adultos, y, aunque capaces y vivaces, sus ideas y comportamientos se sujetan al desarrollo neurobiológico; no como adultos en miniatura como se pensó en el medioevo. Dialogar, entonces, constituye una acción intencionada que, combinada con el acompañamiento, aporta a la sintonía parental y requiere disponibilidad. Lo cual no siempre es fácil, reconociendo que, como plantea Alfonso Amaro et al. (2020), educar al tiempo que los padres se educan a sí mismos implica acción y reflexión en relación dialéctica.

En sintonía, las preguntas abrazan la incertidumbre. “Una pregunta está mal planteada si no abre un sentido, si no alcanza lo abierto. No tener sentido quiere decir no tener orientación. Es decir, quien pregunta tiene una noción del asunto interrogado” (Viveros, 2019, p. 351). De este modo, las respuestas no se dan como verdades absolutas, sino como posibilidades, versiones de una historia, puntos de vista. Así, en las familias se construyen permanentes relatos sobre lo que transcurre en sus vidas, y lo que cobra relevancia es que no se trata de lo expuesto en del deber ser de un libro, sino de lo que las familias cuentan sobre sus formas de hacer la crianza.

Preguntar y responder a los hijos son elementos indispensables del diálogo, se suman a la posibilidad de comprender. Esto hace parte de una comunicación coherente en sus dimensiones digital y analógica. Permite replantear, comunicar con afecto, negociar, sensibilizar, conciliar, motivar y ofrecer explicaciones. Minimizar los señalamientos y ampliar las invitaciones. Una verdadera actuación democrática. Así como la participación de los hijos en actividades políticas, estas acciones pueden entenderse como un proceso preformativo que ayuda a “desarrollar un pensamiento crítico que les permita cuestionar, evaluar, expresar desacuerdos y asumir posturas con relación a las realidades sociales” (Garavito-López, & Molina-Valencia, 2021, p. 185).

Es importante aclarar que lo anterior hace parte de implementaciones que coexisten con limitaciones. Si bien son opciones transformadoras frente a la crianza, se apela a la reflexividad en la medida en que se revisa la propia experiencia y el impacto sobre otros. Esto constituye un aporte a la bidireccionalidad, una forma de ejercer la crianza que reconoce la influencia recíproca, y a niños y niñas como un “legítimo otro en convivencia” (Maturana, 2001, p.14), e implica por tanto un cambio en la paternidad jerárquica, impositiva y controladora; “Llegar a ser consciente es ser testigo de la inconsciencia, con lo que esta se vuelve consciente paso a paso” (Tsabary, 2015, p. 23). Esta es una perspectiva que dista de pautas generalizadas que buscan moldear conductas de niños-niñas como parte de su inmersión en la sociedad, o dar respuestas eficaces a lo que se consideran problemas comunes de conducta (Clark, 2003). Las pautas generalizadas pueden simplificar y homogenizar las complejidades familiares, perdiendo de vista las experiencias situadas; en contraste, la crianza reflexiva o consciente destaca la influencia de las interacciones tempranas en el desarrollo cerebral y emocional, enfatizando la necesidad de respuestas empáticas y regulaciones emocionales por parte de los adultos, con impacto en la salud mental de todos los implicados.

La posibilidad de ser cada vez más conscientes se refleja también en prácticas de respeto como pedir disculpas o perdón, en las cuales se aporta a la noción de lo político, de lo humano, de lo social. Algo poco común en estilos más tradicionales, “En la parentalidad se construye lo político mediante situaciones cotidianas en las que se aprende negociando el poder mediante iniciativas, resistencias y concesiones” (Garavito-López, & Molina-Valencia, 2021, p. 171). Ahora bien, sin confundirlo con permisividad, dejar a los hijos participar en las visitas, que opinen, involucrarlos en las actividades, y escuchar sus solicitudes, hacen parte de prácticas incluyentes expresadas por quienes consideran actuar desde una apuesta reflexiva. Quienes aclaran que las normas y la disciplina deben existir, pero implementarse con amor “Yo no podía expresarme y decir las cosas porque me callaban ahí mismo. Yo no quiero eso para mi hijo, quiero que se exprese, que diga lo que quiera, que sea feliz” (P, 40-50). En este ejercicio emergen el afecto y el cuidado como asuntos transversales y necesarios en cualquier implementación de crianza, lo cual es coherente al considerar que “el amor es, hablando biológicamente, la disposición corporal para la acción bajo la cual uno realiza las acciones que constituyen al otro como un legítimo otro en coexistencia con uno” (Maturana, 2001, p. 251), y el cuidado el conjunto de acciones y disposiciones para asegurar desarrollo y bienestar (Organización de Estados Iberoamericanos [OIE], 2018).

El reconocimiento de las emociones propias y ajenas, y el consuelo, se admiten necesarias para que los hijos puedan experimentar que existen en la vida de sus padres; por ende, permite reflexionar sobre los propios pensamientos y habilita prácticas y relaciones positivas (Fergus & Eracleous, 2024; Jongenelen et al., 2023). Aquí, las rabietas y los problemas comportamentales son entendidos como llamados de atención, o formas de comunicar un malestar. La disciplina no es el núcleo, y la balanza se inclina hacia la construcción de un estilo propio de maternar/paternar o basado en el amor y el respeto. En este contexto, Cáceres et al. (2016) refieren que “la función reflexiva parental, [es] entendida como la capacidad para reflexionar sobre su propia experiencia como cuidadores, sobre la experiencia de sus hijos e hijas y sobre las relaciones entre ambos” (p. 313). Parada Rico (2019), por su parte, indica que este tipo de prácticas implican “La construcción de sentidos en la crianza, por tanto, deviene de la intersubjetividad, del encuentro con el otro, de la reflexividad que tenga a partir de las experiencias” (p. 105). Retomando lo expuesto por Ricárdez (2024), “La crianza consciente es sin duda, una de las nuevas utopías; y en un mundo distópico como el nuestro (…) es urgente apostar al amor que implica celebrar el crecimiento de la otra y el otro” (p. 8).

Finalmente, vale la pena ampliar el número de investigaciones que dé cuenta de estas vivencias en otros contextos. En el caso de esta investigación, se advierten como fortalezas, la divulgación de las voces de familias, en las cuales las prácticas reflexivas constituyen una fuente de bienestar para padres e hijos, un aspecto clave para el desarrollo de las sociedades. Los hallazgos contribuyen a los estudios en el campo de la crianza, y destacan la importancia de estas prácticas para fortalecer la conexión emocional y el cuidado del vínculo entre padres e hijos. Las familias que participan activamente en la crianza compartida, a pesar de las exigencias laborales, pueden mantener el cuidado y la atención a sus hijos, para favorecer entornos saludables, pero, esto requiere el involucramiento de instancias sociales, como las empresas o instituciones, que puedan promover acuerdos laborales flexibles (Pavicevic & Herrera, 2019; Rönkä et al. 2017) y contribuyen al trabajo en términos de justicia social, estableciendo correspondencia entre las dinámicas actuales y las necesidades de cuidado y apoyo que requieren las familias.

Las implicaciones prácticas de estos hallazgos enfatizan en la necesidad de promover espacios de diálogo y reflexión en relación con la crianza, así como compromisos y apoyos para el ejercicio de las responsabilidades parentales. Se reconoce el acompañamiento emocional como práctica esencial que requiere cultivar una presencia activa y empática, aspecto que puede ser apoyado a través de programas que fortalezcan estas habilidades en coherencia con las particularidades de las familias y las infancias.

Conclusiones

La crianza en su multidimensionalidad genera aperturas para la intervención psicosocial, la cual requiere posturas éticas y relacionales fundamentadas en la aprehensión de las implicaciones de una crianza consciente para el desarrollo humano y social. La preocupación por estos temas es una posibilidad de reconocer el lugar de niños y niñas como interlocutores válidos, lo cual pone en tensión las prácticas adultocentristas, aun imperantes tanto en las vivencias cotidianas de las familias como en las intervenciones profesionales.

La crianza reflexiva es una postura que destaca la importancia del acompañamiento, la disponibilidad y la sintonía emocional, mediada por encuentros reflexivos entre el mundo interno y externo de los niños – niñas y el de los adultos. El diálogo en este contexto se convierte en eje transversal que acentúa el vínculo y el cuidado, en donde es posible ser interpelados por la pregunta y la escucha, convertidas en estrategias para el bienestar. Las prácticas de crianza reflexiva se dinamizan con una autoridad sustentada en el respeto, distante de la imposición, y con un potencial político al democratizar las relaciones y propiciar ambientes de equidad.

Dichas prácticas, conllevan procesos metareflexivos que permiten la resignificación de experiencias, y el replanteamiento de las acciones, en la dirección que indiquen las relaciones. Se trata de procesos dinámicos, y consecuentes con las trayectorias vitales y las necesidades de niños-niñas y familias. Criar reflexivamente contribuye al desarrollo de una cultura de paz, solidaridad, respeto por las diferencias, cuidado, transformación personal-familiar, y la minimización de patrones inconscientes de violencia. Además, representa una opción para navegar en una agitada realidad contemporánea.

Preocuparse por estos temas es responsabilidad de los diferentes actores sociales, y es importante que se mantengan y amplíen el número de investigaciones que exploren la multiplicidad de formas, retos y posibilidades de la crianza, en medio de enfoques generalizados. Esta investigación promueve preguntas por las formas situadas de crianza, los avances de la neurociencia, la neurobiología interpersonal, la psicología, el desarrollo familiar, y el trabajo social entre otras disciplinas. Se espera genere nuevas apuestas en la formación y actualización profesional, grupos de apoyo, proyectos reflexivos, y una cuota de agradecimiento para las familias que, en medio de las dificultades, encuentran con satisfacción los modos de criar conscientemente.

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Notas

[1] Investigación financiada por la Universidad Católica Luis Amigó y la Corporación Universitaria Minuto de Dios. 2020.
[2] En este artículo se hará alusión a los niños como categoría que refiere el período de la infancia, reconociendo así que al mencionarse se consideran ambos géneros.
[3] Más allá del significado de cuidar y alimentar atribuido al concepto, se retoma la traducción del latín creare en el sentido de contribuir a la creación de algo nuevo, refiriéndonos aquí al nacimiento de un individuo. Del diccionario etimológico castellano en línea. http://etimologias.dechile.net/
[4] En este apartado se hace alusión a los participantes a través de sus testimonios. Para ello se identificará en paréntesis el rol de Padre con la letra (P) o Madre con la letra (M), seguida del rango de edad al cual pertenece.

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