BIOÉTICA Y ECOLOGÍA-HUMANA, SIGNOS DE UN NUEVO MUNDO


 

Autor

Alexánder Sánchez Upegui

Coordinador de Comunicación Social
Fundación Universitaria Católica del Norte

Contacto: asanchezu@ucn.edu.co o coordcsoc@ucn.edu.co

Yo entiendo que la finalidad verdadera de
las ciencias consiste en aliviar la difícil
existencia del hombre.
Bertolt Brecht

Resumen.

Se trata de un ensayo en el cual, a manera de una polifonía periodística, se reúnen diversas voces para reflexionar en torno a la bioética, la ecología humana y la tecnología.

"Pero de lo divino recibimos mucho. Nos fue confiada la llama y la ribera y la marea", revela Friedrich Hölderlin, para quien poéticamente es como el hombre hace de esta tierra su morada. Sin embargo, el ser humano ha visto en sí mismo y en la naturaleza, tan sólo un depósito de recursos que no tiene otro valor que el de la productividad.

De ahí que la bioética, entendida como un campo de la ética aplicada que se ocupa de identificar los criterios que la sociedad comparte para legitimar moralmente ciertas acciones, haga un llamado para salvar la distancia entre la práctica científica y la humanista, con miras a que todos concibamos el progreso tecnocientífico como una empresa orientada al bien común y a la dignificación de todas las formas de vida.

PALABRAS Y EXPRESIONES CLAVE

Bioética, ecología humana, ética, tecnología, ciencia, desarrollo, cultura.

Si la ética hubiese progresado al mismo ritmo de la tecnociencia, hoy no existirían, por citar algunos casos, las armas de exterminio masivo, la degradación del medio ambiente, el crecimiento incontrolado de las ciudades y el sometimiento de la práctica científica a lo económico.

Por ello, cuando se pregunta por la finalidad del conocimiento, la respuesta debe ser la de trabajar por el bienestar de las personas en armonía con los ecosistemas. En este sentido, "la libertad de los científicos para investigar no es absoluta, debe estar enmarcada por valores éticos, sociales y ecológicos", expresa la académica Bertha Ospina De Dulcé.

La técnica y la ciencia no deben por sí mismas señalar el sentido del progreso y la existencia humana; pues aunque sea exitosa, profunda e irreversible la intervención científica, las más de las veces la orientación aplicativa de sus investigaciones es demasiado estrecha, por ejemplo, cuando la rentabilidad de los resultados científicos constituye la única meta de la indagación genética.

Ello se evidencia en uno de los más conocidos procedimientos de la ingeniería genética: la semilla "Terminator", diseñada para que, luego de la primera y única cosecha, se esterilice, lo cual obliga a los agricultores a comprar de nuevo la semilla. Ésta fue patentada por el Gobierno y la industria agroquímica de Estados Unidos (SÁNCHEZ. 1999, p.24-27).

La bioética, una luz para la ciencia

Conocer es indagar de manera responsable, tanto en los métodos utilizados como en los resultados. Por ello la interlocutora de la ciencia debe ser la bioética, entendida como "un campo de la ética aplicada, la cual se ocupa de identificar los criterios que nuestra sociedad comparte para legitimar moralmente ciertas acciones que se hacen, ya sea en salud o en lo que podríamos llamar la dimensión biológica del mundo", explica el médico salubrista y especialista en bioética, Eduardo Alfonso Rueda.

La bioética es una disciplina que plantea sus puntos de vista frente a múltiples temas, entre ellos, la biotecnología, la cual consiste en aquellas técnicas que se emplean en el manejo de la información genética, como: transgenia, traslado de material genético de un individuo a otro y de una especie a otra; terapia genética, aplicación de tecnologías relacionadas con los genes a las enfermedades; proyecto genoma, consiste en conocer el conjunto de cromosomas, genes y nucleótidos que constituyen la dotación genética del ser humano; clonación, procedimiento para obtener un conjunto de descendientes genéticamente idénticos al organismo del que proceden.

También, se ocupa de la tanatología, es el estudio médico, jurídico y filosófico, relacionado con problemas de la muerte, como: reanimación y eutanasia; sida, enfermedad causada por el virus HIV, que causa el debilitamiento del sistema inmunológico; inseminación artificial, es el depósito por obra de personal médico, de espermatozoides en el útero; fecundación In Vitro, cuando la unión entre el óvulo y el espermatozoide ocurre por fuera del organismo femenino. Así mismo, aborda aspectos como drogadicción, familia, indigencia y medio ambiente, desde una perspectiva de ecología-humana.

La bioética fue concebida por el bioquímico estadinense Van Rensselaer Potter, en el Instituto de Investigación del Cáncer, a comienzos de la década del 70. El término, de origen griego, alude a dos conceptos importantes: bios, que significa vida; y ethos, ética. El significado etimológico es "ética de la vida".

Uno de sus fundamentos es la interdisciplinariedad, es decir, la integralidad o articulación dialógica y reflexiva de diversos saberes: la genética, filosofía, medicina, derecho, psicología, antropología. Otra de sus bases reside en el respeto a la vida, que es complejidad creciente y "fundamento originario de todas las formas bióticas y abióticas", afirma el experto en bioética, sacerdote Gilberto Cely Galindo. Además, se sustenta en los conceptos de libertad y singularidad, componentes esenciales en el correcto funcionamiento de los ecosistemas sociales, según lo propone el psiquiatra y actual Comisionado de Paz en Colombia, Luis Carlos Restrepo.

Ecología-humana en épocas de incertidumbre

La bioética, por medio de la ecología-humana, hace un llamado para salvar la distancia entre la práctica científica y la humanista, con miras a hacerse cargo del progreso tecnocientífico como una empresa orientada al bien común y a la dignificación de todas las formas de vida. No obstante, el aumento del conocimiento que el hombre tiene de sí mismo y de su entorno, no ha ido a la par con una conducta en la cual la satisfacción de éste sea también bienestar ecológico.

La ecología-humana no sólo es una propuesta de tipo ambientalista en la cual se estudia el impacto de las actividades económicas sobre el ecosistema, sino que busca hermanar ciencia, sociedad y naturaleza, para restituir la dignidad perdida al mundo: la ecología humana quiere privilegiar primeramente la sacralidad de todo tipo de vida.

"Pero de lo divino recibimos mucho. Nos fue confiada la llama y la ribera y la marea", revela el poeta Friedrich Hölderlin, para quien poéticamente es como el hombre hace de esta tierra su morada. Sin embargo, el ser humano ha visto en sí mismo y en la naturaleza, tan sólo un depósito de recursos que no tiene otro valor que el de la productividad.

Se ha perdido un profundo vínculo con la casa terrenal, es como si el mundo ya no existiera para ser nombrado y habitado con asombro, sino utilizado para el consumo y la explotación. Ello demuestra que la acumulación de saber no produce una disminución proporcional de la ignorancia, pues la capacidad transformadora del hombre es una de las principales causas de contaminación y pérdida de la biodiversidad.

En los albores de un nuevo siglo se evidencian fenómenos como: calentamiento del globo terráqueo, generación de desechos tóxicos, destrucción de la naturaleza, reducción en cantidad y calidad de elementos esenciales, guerras, ciudades con inmensos cinturones de miseria, agresión... En suma, una dinámica destructiva y autodestructiva, en la cual la calidad de vida queda en entredicho. No es una visión apocalíptica, sino la puesta en evidencia de las prácticas de una mente colectiva irracional: "¿feliz navidad amor con tantos muertos? De nuevo devastaron los pinares", se duele el escritor Fernando Rendón.

Incluso, el arte no ha estado exento de la influencia de un mundo inhumano y mecanizado, por ejemplo, la tendencia que siguieron los llamados futuristas italianos, guiados por Marinetti, consistió en mirar a la civilización industrial como un instrumento de ilimitada voluntad transformadora: "recobramos la unidad sometiendo completamente el mundo a nuestra energía creativa. La tecnología lo hará posible" (TAYLOR. 1996, p.492).

Este grupo se orientó hacia una ferviente celebración del poder técnico del hombre, exaltando la velocidad, la técnica y la masificación: "Nosotros cantaremos a las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, por el placer o la revuelta. Cantaremos a los astilleros incendiados por violentas lunas eléctricas; las estaciones glotonas, devoradoras de serpientes humeantes; las fábricas colgadas de las nubes por los retorcidos hilos de los humos; los puentes semejantes a gimnastas gigantes que saltan los ríos" (Ibid, p.492).

Frente a esta hermosa y terrible apología de la sociedad industrial, hay que recordar al periodista Gonzalo Arango cuando manifestaba que el alma de los obreros se evadía en tristes espirales por las chimeneas de las fábricas.

La ecología-humana no es una evocación nostálgica de las épocas primigenias, de dioses, demonios y mitos, ni constituye una visión del mundo como un inmenso jardín adánico. Pues la tecnología, el trabajo y la producción técnica de objetos y alimentos, son estrategias adaptativas orientadas a la supervivencia de sociedades en continuo crecimiento. Más bien, la ecología-humana llama la atención acerca del aumento de la demanda social sobre la oferta ecosistémica, lo cual revierte en procesos de violencia y control de recursos por una minoría, según advierte el antropólogo Francisco González.

Colombia: ciencia y naturaleza

Cuando el científico y naturalista alemán, barón Alexánder Von Humboldt, viajero de regiones equinocciales, recorrió y sobrevivió el territorio de la actual Colombia, expresó que a los ojos de los extranjeros en las selvas se exhibe la naturaleza de una manera inesperada: "si es sensible a la belleza de los sitios agrestes, cuéstale trabajo el darse cuenta de los sentimientos diversos que experimenta". Pues no era posible discernir lo que más excitaba la admiración, si la belleza individual y la vegetación delirante, la fuerza de los tumbos de agua o el grito enfebrecido de toda clase de animales que caracterizan al trópico.

De igual manera, en el siglo XVI, el cronista Juan de Castellanos, escribía que "hay también por aquestos despoblados y campos tan inmensos y vacíos cantidad infinita de venados" (OSPINA, 1998. P.84). En efecto, Colombia es uno de los países de mayor diversidad de especies. El número de vertebrados conocidos en el territorio nacional, exceptuando peces, es de 3.278 especies, es decir, el 13,5% del total registrado en el mundo. En el caso de las plantas vasculares o vegetación superior, el total de especies se estima entre 40.000 y 45000, representando un 14% de las 270.000 especies conocidas (HUMBOLDT, 1998. p.7-15).

Por medio de tecnología satelital, se han reconocido 62 ecosistemas terrestres y marítimos. Estos últimos comprenden: humedales, cuencas hidrográficas, lagunas, mares y costas donde se encuentran manglares, arrecifes coralinos, playas de arena lunar, praderas marinas, litorales rocosos y fondos sedimentarios. También se han detectado vastas regiones transformadas como resultado de la intervención humana, por ejemplo, en la Región Andina se encuentran los profundos y misteriosos bosques de niebla, cuya extensión original fue de 170.000 hectáreas. Hoy se cuenta sólo con el 27% de dicha distribución.

Biodiversidad, un llamado a la responsabilidad

Parte de la biodiversidad colombiana es endémica, o sea, su distribución geográfica es exclusiva del país. Ello implica una gran responsabilidad, pues la única alternativa de conservación está en manos de las personas que habitan este prodigioso territorio. Para lograrlo, una de las claves reside en las palabras del poeta Walt Whitman: "somos la naturaleza, hemos estado ausentes largo tiempo, pero hemos regresado".

Mientras en Colombia se pierde la biodiversidad, entre otras causas, por las tecnologías petroleras, la voladura de oleoductos, los cultivos ilícitos, la construcción de obras civiles y el comercio con la fauna y la flora, los países desarrollados industrialmente, guardan el 69% de semillas de cultivo, el 85% de las razas de ganado y el 86% de cultivos microbianos. Esto prefigura que, en un futuro cercano, los países megadiversos, como Colombia, tendrán que pagar por semillas, genes o microorganismos extraídos de este territorio y conservados en otros lugares. Pues es posible que lleguen a extinguirse debido a que los colombianos están haciendo de su territorio un desierto (Ibid, p. 7-15).

Ciertamente, en algunas regiones, los habitantes parecen vagar sin eco y sin lugar junto a las aguas infectas de los que fueron rumorosos ríos, entre montículos de basura como ofrendas dispuestas al desamparo, por caseríos innumerables sobre los que desciende la ceniza de los días, entre recuerdos y ruinas de lo que fue una tierra fértil y ancha, "cubierta con pieles de soles". Pero no todo está perdido, aún no es demasiado tarde para el hombre y para el mundo.

Una nueva cultura

La tecnología sin conciencia social produce ruina y deshumanización. Desde esta perspectiva, la bioética busca reconciliar al hombre con el mundo y establecer un vínculo ético que asegure el futuro de ambos, una de las formas de lograr este cometido consiste en la auténtica apropiación por parte del ser humano de un conjunto de valores trascendentes, que proporcionen motivos, marquen la extensión y profundidad de la vida.

Se escucha una reacción unánime contra un siglo nuevo y frustrado en cuanto a la dignificación de la vida en todas sus formas, pues "la corrupción del espíritu humano arrastra la caída de la naturaleza", afirma el escritor Albert Béguin. No obstante, el hombre es también artesano de la reconciliación, de ahí que la ecología-humana pretenda reconstruir las relaciones entre naturaleza y cultura, mediante la integración de ciencia, ética y tecnología.

Al respecto, dice el sacerdote Gilberto Cely que "la cultura es la consciencia que la naturaleza tiene de sí. No podemos afirmar que la cultura está hecha de algo distinto a la materia-energía que constituye la totalidad de lo real". Esta visión no pretende negar la autonomía humana al sumirse en unidad con la naturaleza, sino presentar un cuestionamiento a la concepción antropocéntrica de la existencia.

El antropocentrismo es el convencimiento de que el hombre ocupa un lugar central en el cosmos que le otorga superioridad moral frente a cualquier otra forma de vida. Esta idea se apoya en que el ser humano es el único individuo capaz de reflexionar acerca del significado de sus acciones; sin embargo, todas las criaturas tienen un mismo valor moral independiente de su utilidad para otros.

Este valor hace a todos los seres poseedores de derechos, pues el mundo de la vida no es exclusivo de la existencia humana. Así, la propuesta bioética de ecología-humana critica la actidud arrogante y avasalladora de los individuos frente al entorno. Para el periodista Alberto Restrepo, esta actitud no es más que el reflejo de la limitación humana, que "consiste en que el hombre sólo se capta a sí mismo e interpreta todo lo demás a través de su yo."

A este respecto, agrega el escritor William Ospina que a la razón se le ha confiado la labor de pensar, pero la misión más importante de las personas es la de sentir y conservar, puesto que "somos una búsqueda, un vasto propósito apenas entrevisto, no el objeto del mundo". De tal suerte, no debe mirarse a los ecosistemas únicamente como recursos minerales susceptibles de convertir en simple mercancía, ya que hay algo sagrado en la naturaleza que no debe profanarse. El gran jefe indio Seathl, dijo en 1885 que "el hombre no ha tejido la red de la vida, es sólo una hebra de ella. Todo lo que le haga a la red se lo hará a sí mismo".

El porvenir continúa abierto

La bioética, a través de la ecología-humana, es un faro que ilumina en la noche de los tiempos, devela el imperio de las ilusiones creado alrededor de la tecnociencia y constituye un nuevo paradigma que hermana a los hombres entre sí, y a éstos con la naturaleza. La verdad no reside únicamente en la práctica científica e industrial, también está en aquellas experiencias que revelan la esencia de lo real y dignifican la existencia, dando a cada uno su lugar en el cosmos, pues como señala Whitman: "yo creo que una hoja de hierba no es menos que el trabajo realizado por las estrellas".


BIBLIOGRAFÍA

- HUMBOLDT, Von Instituto. Colombia: un país megadiverso. En: Cambio. No.1, (oct.31, 1998) p.7-15.

- OSPINA, William. Las auroras de sangre. Bogotá: Norma, 1998. P.84.

- SÁNCHEZ T. Ángela. En Cartagena juegan a Dios. En: Cambio. No. 297, (feb. 22-mar.1, 1999) p. 24-27.

- TAYLOR, Charles. Fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna. Barcelona: Paidós, 1996. P.492