CULTURA, EDUCACIÓN Y CAMBIO


 

Autora

Consuelo Pérez Patiño

Coordinadora Esp. Pedagogía de la Virtualidad
Fundación Universitaria Católica del Norte

Contacto: coperez@ucn.edu.co

Si la cultura es lo que el hombre añade al hombre, la educación es el acuñamiento efectivo de lo humano, allí donde solo existe como posibilidad. Lo propio del hombre no es tanto el mero aprender como el aprender de otros hombres, ser enseñados por ellos. Educación: la agenda del siglo XXI. ¿Por qué y para qué educar?

Resumen.

Con este artículo se pretende que el maestro reflexione sobre el cambio educativo y el sentido de su labor, con el fin de no caer en la rutina que más tarde se puede convertir en malestar institucional e impedimento de la innovación y la verdadera autoestima en la profesión docente.

En este contexto, hablar de cultura, educación y cambio en la enseñanza implica propiciar espacios para reconocer al otro como punto de partida del conocimiento humanizado.


PALABRAS Y EXPRESIONES CLAVES

Educación, cultura, cambio, utopía, conocimiento, ámbito escolar, rutina escolar, racionalidad, comunicación.


Introducción

En el ámbito escolar la interacción se propicia gracias al diálogo pedagógico, mediante el cual el educador y los educandos afirman su personalidad y logran situarse en el campo extenso de la cultura humana.

La labor diaria de enseñar que realiza el maestro y, por consiguiente, la manera como efectivamente pone en juego el saber pedagógico, está sujeta a numerosas limitaciones, restricciones y realidades subjetivas.

Esta realidad tiene que ver con la concepción misma que los maestros tienen de su identidad y su función, así como con la naturaleza real y posible de la institución escolar. El primer problema que tiene el maestro resulta de un conflicto más o menos explícito entre su saber pedagógico, minusvalorado por otros profesionales y a menudo por ellos mismos, y otros saberes que reclaman para sí el derecho de dar respuesta a los interrogantes sobre el qué, el cómo y el cuándo de la enseñanza.

Es el maestro quien como sujeto del saber pedagógico tiene no solamente la posibilidad sino la responsabilidad de ser el mediador que logra en la práctica la síntesis de estos diversos saberes y produce las soluciones apropiadas para su labor cotidiana, y el desempeño de los diversos papeles o roles que le son socialmente asignados, bien sea por las autoridades educativas, por los padres de familia, por los dirigentes del magisterio o bien por los teóricos de la educación; de igual forma, el saber pedagógico proviene de la presión por "cubrir" íntegramente los programas.


Dotar de sentido la práctica docente

El maestro en su labor cotidiana corre el riesgo de caer en la rutina abrumadora de simplemente transmitir información a sus alumnos, dejando a un lado la verdadera formación. Éste, desde que empieza sus labores académicas, vive un juego con su realidad subjetiva en el querer hacer las cosas bien y en encontrar demasiados limitantes que le impiden realizar una tarea eficaz.

Para buscar salidas a la situación antes descrita, el docente debe considerarse como un gestor de la educación que tiene como función primordial la creación y mantenimiento de la cultura por medio del encuentro y el reencuentro continuo con el otro y su mundo exterior a través de símbolos verbales, actitudes y comportamientos, porque todo lo expresado por el maestro en su cotidianidad va formando parte del mundo objetivo hasta internalizarse.

Así, lo subjetivo del quehacer de una institución se va volviendo con sentido común para todos los miembros de esta comunidad. En otras palabras, "el mundo sólo cobra objetividad por el hecho de ser reconocido y considerado como uno y el mismo mundo por una comunidad de sujetos capaces de lenguaje y de acción" (HABERMAS, p.30).

La escuela en su vida cotidiana se constituye en un lugar estratégico para pensar la sociedad en su compleja pluralidad de símbolos, lenguajes y de interacciones, pues se trata del espacio donde se encuentran las prácticas y las estructuras del escenario del conocimiento, la investigación y simultáneamente la innovación social permanente.

Por tal motivo la escuela debe evitar confundir lo cotidiano y lo común de sus estamentos con la rutinización de todos los procesos educativos; de no hacerlo, corre el riesgo de ser una escuela descontextualizada que no corresponde a lo normal de las actividades de las personas en una sociedad, como son la capacidad de discernimiento y el sentido de vida (misión) que se aspira a alcanzar.

Hoy las instituciones educativas pueden generar una paradoja y ambigüedad, en las que los seres humanos son conducidos no a una liberación, sino a una deshumanización, no a una personalización, sino a una reificación, solo por el hecho de que tanto docentes como alumnos tengan que enfrentarse a un mundo desencantado, objetivo, ya planeado y organizado por las instituciones de más poder.

La educación es un tema vital en el mundo contemporáneo por cuanto es la manera como una generación trasmite a la siguiente el mundo cultural. Tanto el educando como el educador son seres culturalmente formados, sujetos en procesos marcados por su inscripción específica en la vida social. Como sujetos culturales somos portadores, productores-reproductores de modelos del hacer y del conocer.


Educación, comunicación, racionalidad


La relación educación-comunicación- racionalidad va a ser cada vez más recurrente a medida que avanza este siglo; sin duda tendremos que reconocernos en las nuevas prácticas cotidianas, pero especialmente en el ámbito escolar, como una cultura que indaga por nuevos imaginarios acorde con los cambios tecnológicos, informáticos, políticos y económicos.

Lo anterior indica que la racionalidad tendrá que ver cada vez más con los valores, las creencias, los sentimientos, las actitudes y los comportamientos de los individuos o de los grupos, no como apropiación y cumplimiento de normas, sino como aspectos de una historia significativa común; es decir, una visión compartida del mundo y de la vida donde cada persona tenga un lugar y una manera única y propia de argumentar sus experiencias, su modo de ser y de pensar para un reconocimiento social.

Las instituciones educativas como organizaciones sociales deben apuntar al progreso y a la eficacia; y es aquí donde el lenguaje cobra un papel preponderante por cuanto permite realizar una reconstrucción de las presunciones que existen en los mundos de la vida dependiendo de los diferentes tipos de racionalidad: verdad, sinceridad, rectitud.

En situaciones pedagógicas la racionalidad se hace evidente cuando las acciones y las opiniones de los individuos son posibles de presentarse a partir de argumentos que fundamenten las pretensiones de validez en las distintas circunstancias del mundo escolar para el beneficio de toda la comunidad educativa, por medio del intercambio de argumentos.

De esta manera en un sistema educativo quien quiera alcanzar un acuerdo o propiciar el entendimiento entre hablantes con opiniones divergentes, debe hacer uso de argumentos que le permitan llegar a acuerdos racionalmente motivados por situaciones de interacción comunicativa, en otras palabras, en las situaciones intersubjetivas generadas en los ambientes educativos.

El mejor argumento es el que define los tipos de acuerdo a los que los miembros de la comunidad educativa debe llegar teniendo muy presentes todos los estamentos; por consiguiente, le corresponde a la educación generar situaciones de aprendizaje que desarrollen la racionalidad de los individuos.

La educación y la racionalidad son de vital importancia para la calidad total de toda organización y deben estar presentes permanentemente en los procesos de calidad; desde esta premisa se evidencia que tanto los procesos educativos como los culturales exigen trabajar con significados, pues estos contienen las interpretaciones que las personas le dan a la calidad para ponerla al servicio de su desarrollo, construyendo proyectos de vida y, por lo tanto, nuevas formas de argumentar situaciones cotidianas.

No obstante, mientras los procesos pedagógicos se conciban como procesos encaminados a la fijación y cumplimientos de contenidos fríos y carentes de comunicación, se perderá la posibilidad de dinamizar la práctica docente para alcanzar una cultura educativa de calidad. Sin duda, la educación y la cultura hacen parte de la misma moneda llamada calidad total y están llamadas a enriquecerla. La educación cuando interviene para lograr el cambio, sabe muy bien que debe trabajar con la cultura existente, pues ésta afecta diariamente la forma de sentir, pensar y actuar de las personas.

Epílogo

En Latinoamérica no todo está perdido; como afirma Gabriel García Márquez: "Creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro".

No es utópico pensar en una escuela y una universidad de características verdaderamente democráticas donde el ejercicio de la autonomía y la libertad sean práctica diaria para todos los involucrados; donde aprender provoque alegría, goce y placer, reconociendo el carácter pluricultural del país, ejercitando la convivencia de las diversas culturas, así como las distintas concepciones y maneras de entender el mundo.

Una institución que adopte un programa de educación multicultural en el cual se eduque para la democracia y la construcción de una nueva cultura escolar y se propicien espacios para el reconocimiento del otro, la diversidad cultural, la tolerancia y la búsqueda del saber científico, el cual permitirá que en Colombia se pueda hablar de cultura, educación y cambio.

BIBLIOGRAFÍA


EDUCACIÓN: la agenda del siglo XXI. ¿Por qué y para qué educar? Santillana, 1996. 389 p.
HABERMAS, J. Teoría de la acción comunicativa. [s.p.i.]