Autor Alexánder Arbey Sánchez Upegui Comunicaciones Institucionales Contacto: asanchezu@ucn.edu.co RESUMEN
PALABRAS CLAVE Autonomía, Universidad, Educación Superior, Maestros. Durante la Edad Media en el antiguo continente los trovadores galeses iban por poblados cantando y contando historias que no se regían por los dictámenes de los reyes y bardos cortesanos, sino que se justificaban en sí mismas por el derecho a la imaginación, al descubrimiento y preservación de antiguos secretos de la cultura. Así, gracias a la autonomía con la cual contaban estos poetas se logró crear y mantener viva una tradición literaria asombrosamente antigua, cuyos mitos y saberes se remontaban hasta la edad de piedra. Mientras esto ocurría, en el lejano oriente el Gran Kublai Kan, melancólico emperador de los mongoles, solicitaba a un joven veneciano y aventurero, llamado Marco Polo, que le llevase a su reino maestros para que trabajasen en los centros de enseñanza de cada una de las siete artes: la gramática, la lógica, la aritmética, la retórica, la geometría, la música y la astronomía, ésta para descifrar el plano del universo. Pero este líder asiático no sabía que en Europa había nacido por iniciativa de profesores y estudiantes una institución autónoma que no podía ser controlada por los designios de ningún imperio, como sucedería en la Francia del siglo XVIII. En efecto, el Estado napoleónico convirtió la ciencia y los conocimientos en instrumentos para la formación de funcionarios y profesionales. Casi desapareció la Universidad francesa, pues este emperador al legislar sobre ella y ponerla a su servicio, le causó un gran deterioro. La Universidad: comunidad de profesores y discípulos, al igual que los cantores galeses, precisa de libertad; es decir, de su autogobierno para la preservación del conocimiento, el descubrimiento de las realidades y la comunicación de la verdad. Es de consenso histórico que la universidad (univérsitas) tuvo desde su origen como característica la corporatividad de maestros y aprendices, cohesionados por la opción espontánea y libre de la actividad científica. A partir de la conformación de aquellas sociedades académicas cuyos claustros según las vicisitudes del momento cambiaban de lugar -"universitates migratorias"-, se comenzó a hablar cada vez más de la autonomía como la libertad que se desprende del poder del saber y no de dádivas políticas y jurídicas. De tal manera que la autonomía siempre ha ondeado como símbolo de la independencia indispensable para pensar, investigar y esclarecer la verdad. Cierto, desde sus orígenes la institución universitaria ha reclamado para sí un estatus que le garantice libertad de enseñanza y aprendizaje. Ejemplo de ello son las universidades de Bolonia y de París; la primera, fundada a principios del siglo XII, tuvo su origen en la iniciativa de algunos estudiantes que buscaban maestros que pudiesen enseñar y descifrar los signos de aquellos tiempos; la segunda, apareció a finales de esta misma centuria por iniciativa de un grupo de personas versadas en teología. Estas dos universidades se convirtieron en importantes grupos de estudio con privilegios y características propias. En el siglo XVI las universidades europeas sufrieron un debilitamiento debido a la afirmación de los Estados nacionales. Esto las situó en el centro de los más violentos debates. Incluso, a partir de allí la Universidad se convierte en una institución territorial y confesional debido a la escisión de la Iglesia Católica a causa de la Reforma. Sin embargo, pese a las profundas diferencias que existen entre aquellas lejanas sociedades de estudiantes de Bolonia y de París con respecto a las modernas ciudadelas universitarias de la actualidad, lo que ha subsistido a través de la historia es la afirmación del autogobierno, aspecto sin el cual la Universidad no sería lo que ella es. Desde sus comienzos el desarrollo histórico de la educación superior ha revelado la tensión entre la comunidad académica y los poderes públicos y religiosos que han pretendido controlarla. En este orden de ideas, para algunos la autonomía se define con relación al Estado, mientras que para otros es un concepto que va más allá de lo que declare o no una ley. De tal suerte que a la hora de hablar de Universidad como institución social, muchos coinciden en afirmar que ésta es un centro de pensamiento y de crítica que para progresar debe ser independiente, pues como centro cultural y científico por excelencia requiere libertad para lograr su cometido. En palabras del sacerdote, Alfonso Borrero, la Universidad como institución nutrió desde el primer momento su distintivo en la autonomía del espíritu pensante, en la naturaleza responsable de la ciencia y en la libertad propia de los ejercicios del saber humano. Así, esta autonomía universitaria no es absoluta puesto que la ciencia y el saber tienen misiones sociales qué cumplir, y la primera de ellas es el respeto a la vida y a su dignidad. Por lo tanto, existen unos límites éticos -que en los tiempos actuales bien podrían denominarse como bioética, responsabilidad social y tolerancia- que la Universidad hace suyos como imperativos internos. VISIONES DE LA AUTONOMÍA En la antigüedad los romanos llamaban Autonomía al carácter de los Estados que se gobernaban por sus propias leyes y no estaban sometidos a ningún poder extranjero. En Venezuela, durante las primeras décadas de 1800, Simón Bolívar transformó la Universidad Colonial en la Universidad Republicana y le confirió autonomía académica y administrativa a la Universidad de Caracas, según lo anota el académico Carlos Moros Ghersi. Casi un siglo después, más exactamente en 1918, un grupo de estudiantes argentinos da a conocer el Manifiesto de Córdoba, un documento histórico de obligada referencia cada vez que se habla de autonomía, pues en él se formularon fuertes críticas al régimen administrativo universitario, al método docente, a la mediocridad institucional y a la aplicación errónea del concepto de autoridad en la enseñanza. La autonomía universitaria ha estado, por decirlo de alguna manera en el ojo del huracán desde sus orígenes. A raíz de los constantes vaivenes económicos y educativos en el mundo, este concepto ha sido objeto de múltiples debates. En Latinoamérica, a partir de las diversas reformas económicas y educativas, la autonomía ha sido vista desde las perspectivas de la filosofía, la pedagogía, lo jurídico, lo sociológico y político. En la IV Conferencia de la Asociación Internacional de Universidades, realizada en Tokio -Japón- en 1965, se trató de llegar a un consenso acerca de lo que debía entenderse por autonomía. El resultado final consistió en una serie de declaraciones que abogaban por la libertad universitaria con el fin de que estas entidades cumplieran la misión de investigación, docencia y extensión, encomendada por la sociedad. En Colombia ya se hablaba de autonomía universitaria en 1911 durante el gobierno de Rafael Uribe, para quien la transformación de la universidad sólo era posible al margen de los intereses políticos y desde la iniciativa de los profesores, según lo anota el académico Luis Pérez Gutiérrez. Como concepto constitucional, la autonomía aparece por vez primera en 1991 en el artículo 69 de la Constitución Política, y es desarrollado en la Ley 30 de 1992. Según algunos académicos, debido a la libertad para crear instituciones y programas, esta ley generó grandes desaciertos y vacíos que fueron aprovechados por quienes hacen de la educación un negocio de mala calidad y altísimos costos. Dice la periodista Constanza Cubillos que la autonomía se ha confundido con autismo, autoritarismo, autosuficiencia, autocracia; en fin, con cualquier palabra que implique una deformación de la esencia y misión de las instituciones. Quizás por ello la Corte Constitucional en 1997 a través de la sentencia C-220, se pronunció al respecto. En uno de los apartes esta sentencia dice que "...el ejercicio de la autonomía implica para las universidades el cumplimiento de su misión a través de acciones en las que subyasca la responsabilidad, lo que significa que esa autonomía encuentre legitimación y respaldo no sólo en sus propios actores, sino en la sociedad en la que la universidad materializa sus objetivos". LAS CIENCIAS SOCIALES En el ámbito de la filosofía, particularmente en el sistema del pensador Emmanuel Kant, la autonomía se encuentra en estrecha relación con el concepto de "libertad jurídica", entendido como el poder legítimo de una comunidad académica para autogobernarse y autolegislarse. Desde la sociología, el investigador social Max Wéber dice que autonomía significa, al contrario de heteronomía, que el orden de una asociación u organización no está impuesto por alguien ubicado por fuera de la misma, sino por sus propios miembros. "Bien enseña el que bien distingue", dice el adagio popular. En el caso de la universidad colombiana esto es particularmente cierto, pues una institución educativa que sólo conciba la autonomía como una facultad absoluta para el mercadeo o como un permiso para hacer lo que quiera, está desvirtuando su esencialidad que va más allá de lo que declare o no una ley. La universidad, institución cultural y científica por excelencia, tiene como una de sus finalidades fortalecer y dignificar la vida del individuo y de la sociedad, pues cuando sus diferentes actividades fundamentales, como son la docencia, la extensión, la investigación y el bienestar están motivadas por el afán de la contemporaneidad, de la competencia, del mercado, de la agresión y la exaltación de la técnica, entonces la universidad va desvirtuando y perdiendo su razón de ser. Dice el poeta Paul Valey que lo esencial de la educación es el espíritu; es decir, preparar al ser humano para que sea lo que nunca ha sido. De ahí que la educación superior por intermedio de la autonomía debe convertirse en la gestora de los procesos de humanización creciente en individuos y naciones. Por ello, la universidad debe caminar hacia lo inédito a través del estudio en profundidad y de la puesta al día como institución, que consiste en que ella se pregunte cuáles son las urgencias de la sociedad y del individuo, y actúe en consonancia; es decir, la educación debe estar atenta a los interrogantes que tiene sin resolver el ser humano contemporáneo, los cuales tienen que ver con la redefinición de los conceptos de vida, naturaleza, familia y convivencia, entre otros. Gran parte del sentido de la autonomía universitaria reside en la capacidad de las universidades para autorregularse de acuerdo con lo que éstas son, con lo que dicen y con lo que hacen, pues cuando existe un divorcio entre el decir, el hacer y el ser o la autonomía sólo se concentra en alguno de esos aspectos, el resultado es una gran incoherencia que da como resultado una misión que no se lleva a la práctica. Decía el escritor y periodista Germán Arciniegas que no hay un tipo de Universidad en el mundo que pueda copiarse, pues ésta empieza a definirse como síntesis de cada pueblo. De tal manera que la Universidad colombiana, por intermedio de su autonomía, debe constituirse en un faro orientador que posibilite el estudio de este prodigioso territorio, a fin de comprenderlo y organizar a sus habitantes para que lo trabajen inteligente, solidaria y científicamente. |